Concept

Artesanía

Está sobradamente demostrado que el tiempo, en su acción irrefrenable sobre las más diversas manifestaciones de la vida del hombre, hace que éstas pierdan su quietismo. Hace que abandonen la forma y contenido anteriores. Todo cambia en este mundo en el transcurso del tiempo. Hasta el paisaje, con harta frecuencia más de lo que uno quisiera. De ésta, que bien podemos llamar regla general, no podía escapar nuestro léxico, del cual no son pocas las voces que han perdido, en todo o en parte, el primigenio sentido. Es el caso de lo que hoy llamamos y conocemos por artesanía.

El significado de la artesanía no ha sido siempre el mismo. Mejor dicho, hubo tiempo en el cual esta expresión no quedaba reducida a los límites actuales. Este genérico nombre abarcaba por igual al artesano y al hoy encasillado como artista. El artesano, entregado a su quehacer -léase artesanía- crea, con mejor o peor fortuna, el arte popular, en sus diversas manifestaciones. El concepto, eso que hoy entendemos por artesanía, no hay duda de que se presta a más de una explicación. Nosotros, abandonando la fría fórmula que por lo general encierra una definición, diremos que la artesanía es el trabajo que en parte principal se realiza manualmente. Oficio en el cual el útil de trabajo, propiedad del artesano, ocupa un lugar secundario tras el hombre. Lejos de nosotros el panegírico de nuestra artesanía. No obstante debemos señalar que la vasca no ha quedado corta en cuanto a calidad y sentido artístico se refiere. Corroboran lo dicho numerosas y valiosas pruebas. Bástenos recordar algunos templos y viejos caseríos, a menudo tan ricos en acertados detalles.

Cierto lo que D. José Miguel de Barandiaran afirma acerca de la artesanía:

"la continuidad o repetición de diversos motivos artísticos, a través de los siglos y aun de milenios, es un hecho plenamente comprobado. Y ciñéndonos al pueblo vasco, debemos decir que algunas producciones actuales de arte popular se dan la mano, al parecer, con el arte de épocas muy lejanas a la nuestra".

Mas siendo esto así, al abordar el tema objeto de estas líneas, es de tener muy en cuenta que, sin abandonar el campo manual en el cual se ha desenvuelto, en contra de lo que muchos puedan creer, su sistema de trabajo se ha desarrollado dentro de un proceso evolutivo. Es el caso del carero, que, aunque últimamente ha dejado de lado este menester, tuvo un tiempo en el que él mismo se amañaba en preparar la mecha de algodón que lleva la cerilla. Sabemos de un "iltzegille" o artesano dedicado a hacer clavos, de comienzos de este siglo en Durango, cuyos útiles de oficio se reducían a un yunque, que llevaba una tajadera, y a una sencilla clavera de mano. A su lado, un coetáneo suyo, "iltzegille"de Tolosa, seguía un sistema de fabricado, si bien modesto, algo más evolucionado. Este, para llevar a cabo su labor, se servía de un armazón en el cual iba ajustado un troquel con un orificio central, en el que quedaba lo que iba a ser el clavo. La cabeza la conseguía por medio de un martillo pilón, que a su vez llevaba otro troquel -macho-, que, accionado por medio de un pedal que quedaba al alcance del pie del "iltzegille", caía sobre el troquel citado en primer lugar. Y hasta la elaboración del queso en el interior de la minúscula choza de pastor, se halla sujeta a innovación. El pastor, y aquí me refiero al de Urbía, para conservar el debido temple de la leche, utiliza otro recipiente de agua tibia. Este sistema, que dentro de su sencillez no deja de ser todavía novedoso, acelera el proceso del cuajado. Es un detalle, pueril en apariencia, que economiza tiempo y esfuerzo al pastor dedicado al fabricado del queso.

El encasillar con ligereza como autóctona, reclamando la patente de origen a determinada artesanía, puede ser motivo de fácil equívoco. Es conveniente no olvidar que el hombre de diferentes y lejanos puntos de la tierra, acuciado por idénticas necesidades, haya creado para su servicio cosas similares. De ahí que contemos con artesanía vasca; pero que no siempre es exclusiva nuestra. Como ejemplo citaremos la talla del mueble de madera a base de dibujos geométricos, motivo tan frecuente en nuestros artesanos, y que según Baeschlin, en los países escandinavos, en Austria, Suiza y muy adentro de los países balcánicos se halla la misma talla aplicada de idéntico modo al mueble.

El hombre, desde la edad más primitiva, hasta la irrupción del maquinismo y el consiguiente comienzo de creación de modernos complejos industriales de fabricado en serie, y entre nosotros esto lo podemos fijar en la mitad del siglo XIX, vivió inmerso en el campo de la artesanía. Gran parte de lo que le rodeaba era producto más o menos directo de esta forma de trabajo. Influirlos por distintos factores, que no es cometido de estas líneas entrar a analizarlos, facetas de esta artesanía han brillado y enraizado de manera particular. Su luz ha llegado a nosotros y han quedado marcadas con sello propio, como hecho diferencial de nuestro pueblo.

Julio Caro Baroja, en su obra "Los Vascos", y dentro del interesante trabajo dedicado a las artes plásticas, nos dice acerca de la cerámica vasca, que, aparte la antigua de Estella, "decorada con rosetones de aire tradicional y algunas piezas de otros altares hoy desaparecidos", en conjunto, aun ofreciendo algunas modalidades especiales, "hasta época muy tardía no ha habido en el país talleres que hicieran piezas con una decoración desarrollada y éstas suelen ser de inspiración extraña". Es de rancia solera entre nosotros la artesanía textil. De ello dan fe las Ordenanzas de paños de Vergara, que hechas el año 1497, fueron confirmadas por los Reyes Católicos. Quehacer corriente en el caserío, fue el cultivo del lino. El hilo se hacía en las casas, y con él fabricaba el aldeano la mayor parte del tejido para cubrir sus necesidades. Había modestos telares cuya producción quedaba en la familia, y hubo otros, algo mayores, manipulados por tejedoras o tejedores profesionales, que vivían del oficio. Con la artesanía textil recordamos a la hilandera, al huso y su tortera, y al tejedor o "eule" acompañado del monótono y peculiar ruido del telar rectangular. Al "eule" lo teníamos en casi todos los pueblos. Hacia la segunda década de siglo es cuando podemos fijar la desaparición de la hilatura casera.Historia, II. Hasta hace unos 40 años la abarca ha sido el calzado corriente del pastor y del "baserritarra" o aldeano, en particular en los días de lluvia tan frecuentes en el País Vasco. Aymeric Picaud, en el siglo XII, anota haber visto entre nosotros este rústico calzado de cuero sin curtir. La abarca vasca es de una sola pieza, y como materia prima lleva la piel de ganado vacuno. Su cosido, que puede ser con cintas de cuero o algodón, el artesano lo lleva a cabo previo secado y ablandamiento, en agua tibia, del cuero. A título de curiosidad diremos que en Gipuzkoa (1970) queda una abarquero. Este vive en Elgoibar, en el caserío "Armueta" del barrio de San Pedro.

La producción de la alpargata se encuentra mecanizada e industrializada. Pero todavía, es el caso de Azkoitia, villa alpargatera por antonomasia, nos es dado contemplar al solitario artesano que, junto a la puerta de su casa con la lezna en la mano, trabaja sobre un banco de madera de plano ligeramente inclinado. Este artesano primeramente prepara la suela, trabajo éste que recibe el nombre de urdido. Para este menester emplea la trenza de yute, que puede ser "con alma", la que en su interior lleva dos hilos sin cruzar, y la "sin alma", que está hecha con hilo cruzado. Seguidamente ata su centro y procede al cosido. Conseguida la suela, coloca la tela, que lleva cosido interior y exterior, y para terminar pone la cinta. Tanto la tela como la cinta son de algodón.

Aunque su uso hasta fecha relativamente reciente ha sido restringido, la artesanía del zapato es antigua en el País Vasco. Hoy son numerosos los artesanos que se dedican a la confección a medida de este calzado.

De artesanía podemos denominar a la derivada de la madera, del hierro y de la piedra. De esta última no silenciaremos a los maestros canteros ni debemos omitir las estelas, que, con marcado carácter, enriquecen el acervo de la artesanía vasca. Desde el damasquinado, disciplina en la cual de manera especial han descollado los artistas eibarreses, hasta el herraje de la casa urbana o rural, la más ligera enumeración de la artesanía del hierro escapa de los limites del presente trabajo.

Pero el hierro particularmente nos conduce a la ferrería, cuya época de máximo esplendor la podemos fijar en los siglos XVI, XVII y parte del XVIII. Y junto a estas "olak" o ferrerías, a los astilleros y a la industria tan típicamente vasca como fue la fabricación de armas. Sin olvidarnos de las anclas, que, en 1739, debido al espíritu inquieto y emprendedor del ayarra Guilisasti, se fabricaron de peso hasta entonces desconocido entre nosotros.

Asimismo la vasta y ubérrima artesanía derivada de la madera abarca desde el carpintero de ribera hasta el solitario pastor dedicado a la talla de la "makilla" -bastón-. En esta artesanía ocupa lugar destacado la arquitectura, en particular la rural, tan típicamente vasca, que se levanta como verdadera joya evocadora. "Por lo mismo que el aldeano nunca pretendió producir una obra artística, ingenuamente produjo un arte constructivo peculiarísimo..." (Joaquín de Irízar, "Las Casas Vascas"). En el mobiliario proliferan las tallas geométricas -que según apuntamos no son exclusivamente vascas-, con frecuencia círculos radiados, cruces y otros motivos estilizados. La vida del caserío ha girado en torno al hogar, y aquí ha figurado el arquibanco o "zizaillu". Mueble de amplio respaldo, que servía de abrigo contra el frío y las corrientes de aire, y doble utilidad, ya que al mismo tiempo es asiento y arca. Al "zizaillu", junto con el arcón o "kutxa", podemos considerar como el más representativo del mobiliario vasco. Como en la vida rural la sepultura de la iglesia ha sido una prolongación de la casa, tenemos a la "argizaiola" -madera para arrollar la cerilla- de lograda belleza artística.

El yuguero o "uztargille" es uno de los oficios más enraizados de la artesanía del País Vasco. El yugo vasco es cornal, se apoya sobre la nuca y se sujeta a los cuernos. Es de una sola pieza. Si bien alguna vez el yuguero emplea el abedul, aliso y el nogal blanco -el negro no sirve, pues se rompe con facilidad-, por lo general para este cometido de hacer el "uztarri" se utiliza la madera de haya. El yugo pequeño o individual, de uso muy limitado entre nuestros aldeanos, mide 80 centímetros, y el yugo doble es de un metro 20 ó 30 centímetros. Una de las cosas que más llama la atención en el "uztarri" vasco es que la cara exterior , que se oculta bajo una piel de oveja, va ornada con artísticas tallas de incisiones de cruces y temas de flora y cabezas de buey estilizadas, poseídas de poderes mágicos de preservación del "begizko" -mal de ojo-.

Del yuguero pasemos al carrero o "gurdigille", que es asimismo artesano dedicado a hacer diferentes aperos de labranza. Aunque hoy, con el trazado de más o menos cómodos caminos carretiles que llegan hasta el portalón del otrora apartado caserío, se vea postergado, del carro rural podemos afirmar que ha sido el medio de transporte que, secularmente, ha frecuentado los tortuosos caminos que surcan nuestros montes. El "gurdi" ha estado plenamente identificado con la vida del caserío del pueblo rural agrícola, no pastoril. En él, en costumbre que no es privativa nuestra, la víspera de la boda, acompañado del chirrirar que anuncia el inminente acontecimiento, se ha llevado al caserío el arreo de la nueva "etxekoandre". El "gurdi" lleva dos ruedas que van unidas por un eje fijo o "ardatza", de madera de haya, que se sujeta a la cama del carro por medio de dos piezas llamadas "gurditxinelas". El chirrido del carro rural se produce por el roce de las "gurditxinelas" con el eje o "ardatza". Pero es necesario que éstas sean de madera, ya quelas metálicas son silenciosas. "Cuando más viejo es el carro mayores son sus chirridos", reza un viejo refrán. Hoy, caídos, casi en desuso, apenas se hacen de estos carros rurales y los pocos que salen de las manos del "gurdigille" llevan eje de hierro y ruedas que remedan a las del automóvil. Pero este "gurdi" es silencioso; no pregona la alegría de la boda ni la fatiga del trabajo. Se ha convertido en insensible, frío y sin alma.

Como artesanía derivada de la madera citaremos también a la dedicada a la confección de la cesta, "otarra" o "saski". Aunque hoy este trabajo manual, al igual que otros muchos, se halla en proceso de regresión, hasta contados años atrás era frecuente ver al aldeano que en el caserío hacía la cesta para cubrir las necesidades de su uso particular. Asimismo como artesanía industrializada el cestero ha tenido su importancia en la vida económica de algunos pueblos. Es el caso de Oñati. En esta villa, donde apenas si queda algún "otargille", según el P.José A.de Lizarralde, se alcanzaron a fabricar hasta 80 docenas de cestas por día, gran parte de ellas con destino a la exportación a Cuba y a la Argentina. Hoy en día, en Gipuzkoa, el barrio de Nuarbe, que pertenece a los municipios de Azpeitia y Beizama, es el centro de esta artesanía popular. En Nuarbe unos 40 artesanos se dedican a la confección de la cesta de distinto tamaño y tipo. La materia prima que el cestero emplea en el oficio es el primer brote del jaro, "txara"- de castaño de seis o siete años, ya que el más viejo resulta flojo para ser trabajado. También en contadas ocasiones se sirve de la corteza del avellano. Los jaros, para su conservación en verde, se dejan en un depósito de agua, y, después, antes de sacar los flejes o "zumitzak", se cuecen en el horno.

Lo poco que queda de lo que hoy denominamos artesanía se repliega de los centros urbanos, de donde ya desaparecieron los gremios, que papel tan importante jugaron en el pretérito del pueblo. Como pálida reminiscencia de ellos quedan la rotulación de unas calles y algunas cofradías que, salvo el contenido mas bien simbólico de parte de sus estatutos, se desenvuelven como simples organizaciones religiosas. El último baluarte de esa artesanía, cuyos cimientos amenazan, es el mundo real. Y dentro de éste, de manera especial, las áreas pastoriles. "Su alma es artista" nos dirá de los pastores B. Estornés Lasa; pero, aparte de la ocupación propia del pastoreo, ellos han abandonado el trabajo manual. Ya no tallan la madera ni confeccionan medias de lana. Mas las zonas frecuentadas por estos hombres conservan aún cierto sabor particular. En esos sitios nos será posible ver algún taller con su fragua y el yunque, dedicado a hacer el cencerro, "yoare" o "zinzarri". Y aunque no para el pastor, puesto que tiempo ha abandonó las vasijas de madera por otras metálicas, contemplaremos al artesano que con su barreno -llamado por ellos "errakia" -en la mano, se afana en conseguir el "kaiku", la "oporra" y la "abatza". Recipientes de una sola pieza de madera, que hoy, en su mayor parte, se destina para ser exhibidos como motivo de ornato. La mayor parte de nuestra artesanía considerada como tradicional se ha desenvuelto en régimen familiar. El taller, que pasaba de padres a hijos, era, como señala Carmelo de Echegarai, continuación del hogar. Mas, por el principio expuesto al comienzo de estas líneas, que todo se halla sujeto a evolución -y vivimos en días en los cuales las mutaciones se aceleran bruscamente-, estas industrias caseras están abocadas a morir. Se encuentran en proceso de consunción, puesto que muchas de ellas viven en función de un mundo que desaparece. Representan al mundo-hombre y hoy seguimos por la senda del mundo-máquina. Pero digamos también que se creará -existe ya- otra artesanía nueva, quizá no tan auténtica, que satisfará las exigencias de su tiempo.