Udalak

Zumaia

Iglesia de San Pedro. Parece ser que este templo se levantó sobre otro anterior, sufriendo reformas en los siglos XV y XVI. De la primitiva edificación, del siglo XIV, queda el primer cuerpo de la torre prismática, sólo abierto por una ventana de dos arcos de medio punto separados por un mainel y con contrafuertes en las esquinas. El cuerpo superior es del siglo XV. En conjunto, denota una gran sobriedad, ya que sus adornos, se reducen a cuatro impostas y monstruos con función de gárgolas. La planta es de una sola nave, con dos capillas laterales, en el crucero y ábside poligonal ochavado. Detrás, en la parte Noreste, se hace la sacristía a mediados del siglo XVII.También se adosa a la iglesia un pórtico gótico por el lado Sur, que sirvió hasta el siglo XIX de cementerio. La cubierta es de bóveda de crucería con terceletes. Descansan en capiteles a modo de molduras sobre columnas pegadas a los muros, que en ocasiones, como ocurre en las cuatro de la cabecera, no llegan al suelo. El exterior, no lleva arbotantes, sino contrafuertes resaltados en el muro, para contrarrestar el empuje de las bóvedas.

Preside la iglesia un buen retablo de hacia 1574, trazado por Martín de Arbizu y esculpido por Juan de Anchieta. Originariamente constaba de banco y dos cuerpos de tres calles y en el siglo XVIII, se le añadió un sotobanco también relivado (en estas obras intervinieron el arquitecto Martín de Zabala y el escultor Juan Bautista Mendizabal). La obra de Anchieta comienza en el banco. Se materializa en dos relieves planos, colocados a ambos lados da un sencillo templete-sagrario, que representan al Lavatorio y la Cena, con un buen estudio psicológico de los personajes. Junto a ellos, un medallón ovalado a cada lado, de San Marcos y San Mateo. Centran las otras calles, una imagen de San Pedro sedente de gran empaque, en nicho rectangular. Encima, cobijada en nicho de medio punto, la imagen de la Asunción, de aire clásico, rodeada de angelillos. Los relieves que van a los lados están en relación con ambas esculturas. En todos ellos domina un buen estudio compositivo y anatómico, de caracteres clásicos, como caracteriza al autor.

En la capilla lateral derecha, se halla un precioso tríptico flamenco, atribuido a Jan Joest de Calcar, que haciendo honor a su escuela, pinta con profusión de detalles, captando las calidades de paños y ropas.

En la capilla de San Antón (de los Sasiola), un tríptico escultórico con las puertas pintadas, obra de Van Connixloo. La parte central, esculpida, tiene tres calles articuladas por columnillas platerescas, si bien conserva todavía elementos góticos como los doseles y algunos resabios en el tratamiento escultórico, ya plenamente renacentista. Hay también una tabla votiva conmemorativa de la batalla de Gibraltar de 1475, encargada por Juan Martínez de Mendaro. Al hecho se alude en las naves pintadas en la parte inferior. Escena con una composición y contraste cromático. Sobre ella, el tema de la Virgen sedente en trono con el Niño, a cuyos lados se disponen las imágenes de San Pedro con el donante y Santa Catalina. Es interesante la descripción que hace de estos trípticos y de la tabla votiva Luis Martínez Kleiser, en su obra La villa de Villagrana de Zumaya, basándose en un artículo anterior obra de Fidel Pérez Mínguez:

"Los retablos de las capillas laterales, minuciosamente descritos por el culto escritor señor Pérez Mínguez en un artículo titulado "Los trípticos de Zumaya", que vio la luz en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, correspondiente al segundo trimestre del año 1922, merecen, como acertadamente afirma el autor citado, un largo viaje en busca del premio de su contemplación. El retablo de la capilla de San Antón (fundada por Sasiola y no por Aranza, como se dice en dicho artículo), tallado siguiendo las normas del estilo gótico florido y dotado de dos grandes hojas de madera, pintadas acertadamente en la misma época, para su custodia, ostenta en su centro la imagen de San Antonio, bajo primoroso dosel, y en los distintos cuadros de que consta, así como en las hojas citadas, escenas de la pasión de Nuestro Señor.

El tríptico de la capilla erigida en honor de San Bernabé, flamenco y aún de mayor valía, ofrece la particularidad de habernos legado el retrato del fundador, Elorriaga, en una de sus puertas. Es de autor desconocido, pero de tan meritoria y acabada labor, que goza de justo renombre entre los críticos de arte. Son, en suma, ambos trípticos dos joyas, de cuya posesión se puede enorgullecer Zumaya en justicia. Y, por último, no es dable omitir, en esta relación sucinta del tesoro parroquial, la tabla votiva que ordenó pintar el marino de Zumaya, Juan Martínez de Mendaro, el año 1475. En los comienzos del reinado de Don Fernando y Doña Isabel, cuando el monarca lusitano aspiraba al trono de León y de Castilla, el 4 de abril del año predicho, mandaba una escuadrilla de cinco carabelas, cuatro galeras y tres naos, desde la mayor de éstas, que por cierto se llamaba La Zumaya, el ilustre marino, donante de la tabla votiva; navegando por el Estrecho de Gibraltar tuvo un encuentro con la flota portuguesa y la derrotó completamente; pero el alborozo de su éxito se vió empañado por el duelo de perder a su hijo en el combate. La tabla representa dicho combate y ha figurado ya en algunas exposiciones."

El ornato se completa con esculturas de distintas épocas, resaltando un grupo escultórico de la escuela flamenca, que representa el Descendimiento, asistido por los santos varones y San Juan en serena actitud, en contraste con las más afectadas de María y la Magdalena. Es de destacar la virgen gótica de estilo flamenco, fechable a finales del sigloXV, que se conserva en la hornacina gótica situada en el lado del Evangelio, junto a la capilla de los Sasiola (San Antón). Reseñamos a continuación unos fragmentos relativos al reloj, al órgano parroquial, y a las campanas, extraído de la obra del antecitado Martínez Kleiser:

"En la historia zumayana es muy de notar la antigüedad de su reloj y de su órgano. Las primeras cuentas de la parroquia, que han llegado hasta nosotros, datan del año 1585, y, en ellas, se menciona ya el reloj; poco después, otro gasto nos da a conocer la existencia del órgano. En esa fecha ambos debían de ser ya viejos, pero no es posible determinar exactamente el año en que fueron adquiridos. Lógicamente pensando, al fabricarse el coro, en 1530, se instalaría el órgano; acaso, por el mismo tiempo, se pensase en el reloj; pero tanto da años antes o después, tratándose de una antigüedad más que suficiente para darnos idea del espíritu innovador que animaba a los primitivos zumayanos; aún hoy, después de las centurias transcurridas, el reloj y el órgano son prerrogativas de pueblos importantes y cultos.

Lo que sí podemos asegurar es que el órgano era viejo en 1616, puesto que fue necesario "aderezar sus fuelles" y traer, siete años mas tarde, de Francia, algunos caños que había perdido. El año 1679 se le hizo una importantísima reparación, sin la cual no hubiera podido seguir prestando servicio en las funciones de la iglesia.

Sin embargo, en España existían órganos desde el siglo XIII en los grandes templos, y, por tanto, aun siendo de admirar que Zumaya lo tuviese, lo es más todavía el hecho de tener reloj. En efecto; parece que los primeros relojes encargados de medir el tiempo en España fueron los de las Catedrales de Barcelona y Sevilla, con pocos años de diferencia, en la última década del siglo XIV; paulatinamente fue extendiéndose tan precioso mecanismo por el resto de las catedrales españolas durante el siglo XV, y cuando aun era suprema comodidad, envidiable adelanto, casi privativo de iglesias poderosas, la modesta parroquia de la naciente villa zumayana se destacó del grupo de sus congéneres y colocó un reloj en lo alto de la torre.

A partir del año 1600, la vieja máquina andaba ya mal y a trompicones; casi todos los arios necesitaba composturas, y ora el relojero de Tolosa le ponía piezas muy principales, ora el de Cestona le aderezaba; ya venían los relojeros de Marquina porque se había desconcertado; ya era necesario sacarle de la Villa para que le echasen un remiendo; ya precisaba una maroma nueva para las pesas de piedra, que eran como el alma de sus engranajes. Así, tropezando, deteniéndose y volviendo a marchar llegó al año 1777, en que el relojero de Azpeitia transformó su modalidad esencial "echándole péndola real y cuerda doble", reforma que había empezado a aplicarse a los relojes en 1647. Es muy de notar el número de relojeros que ya por aquella época existían repartidos, como queda visto, en muchos pueblos de la provincia; porque por este dato elocuentísimo podemos deducir el número de relojes que indudablemente funcionaban en Guipúzcoa desde fines del siglo XVI.

El de Zumaya no fue tan estimado por las generaciones que le usufructuaban como merecía la iniciativa generosa de sus instaladores. Así lo prueba el siguiente hecho: En 1617, acaso por desavenencias entre el cabildo municipal y el eclesiástico, atendiendo seguramente a las quejas públicas, hubo de reunirse el Regimiento de la Villa para ver de remediar el abandono en que yacía el reloj, al que, por falta de persona determinada en quien recayese el cargo de su cuenta y gobierno, nadie daba cuerda desde hacía ¡seis años!; y esto sucedía a pesar de los perjuicios ocasionados que confesaba el acta municipal de la reunión con estas palabras: lo cual, "es causa que el pueblo ni los caminantes sepan las horas en que han de hacer sus labores y viajes, ni acudir a los demás hacimientos que se les ofrecía". El conflicto terminó nombrando a un beneficiado para que se encargase del reloj en lo sucesivo y señalándole un sueldo, que todavía en 1693 era de veintinueve reales y medio al año.

Aquel reloj, mudo testigo de la historia zumayana, que contó impasible las horas de generaciones pretéritas, fue sustituído, en 1845, por el reloj actual; este costó cuatro mil quinientos reales, más los seiscientos cincuenta y ocho invertidos en su colocación.

¡Lástima grande que aquella verdadera joya histórica, casi contemporánea de la Villa, que había nacido humilde en un pueblo apartado, mientras sus hermanos nacían pomposamente en catedrales e iglesias famosas, y había mirado cara a cara a varias centurias, haya desaparecido! Debidamente custodiado en un museo municipal, hubiera sido, en nuestros días, una reliquia de otra época, un legado de las generaciones pasadas. ¡Quién diera a los zumayanos poder contemplar hoy aquellas pesas de piedra que tiraron del carro del tiempo desde lo alto de la torre parroquial durante más de trescientos arios de la vida de su pueblo, hora por hora...!"

Las campanas. Muy poco se puede decir de ellas; fundidas y vueltas a fundir muchas veces, solo cabe consignar que, el mismo metal que hoy nos habla desde la altura del campa nario, es el que vibró a través de los siglos, al unísono, con los corazones de los primeros habitantes de la Villa, anunciando sus fiestas y llorando sus desgracias. En 1610 aparece citada por primera vez la campana mayor, que fue fundida por Juan de Villanueva. En 1614 se cayó de su asiento la campana menor, y dos años más tarde, el esquilón corrió la misma suerte. De estas tres campanas estaba entonces dotada la torre parroquial. Desde aquella época han sufrido varias fundiciones, que se llevaron a efecto utilizando moldes vaciados en tierra, no lejos del templo. En ellos adquirían renovada juventud y naciente aliento las eternas pregoneras de los acontecimientos zumayanos. En 1844 se trasladó la campana que había en San Telmo a la iglesia parroquial, y recientemente recibió ésta el donativo de otra campana, debida a la generosidad de la señora Marquesa de Foronda".

El templo fue declarado Monumento Nacional de Euskadi.

Santuario de Nuestra Señora de Arritokieta. La imagen gótica de la titular, preside la ermita desde el pequeño retablo de comienzos del siglo XVII. La actual, que parece haber sustituido a una anterior, es una talla de madera de 0,95 m. realizada a comienzos del siglo XVI. María está de pie algo contorsionada, adelantando levemente la pierna izquierda, lado al que también se torna la cabeza en actitud de preocupación por su hijo, plena de dulzura. La elegancia del ropaje de suaves plegados y el amplio velo que descendiendo de la corona, cubre los hombros, anudándose a un lado delante del pecho, contribuyen a relacionar y dulcificar la composición. El Niño se asienta sobre el brazo izquierdo de la Madre. Está desnudo y en movida actitud, adelantando un brazo, en cuya mano, llevaría seguramente un atributo. Su expresión es expectante, recalcada por el tratamiento de los ojos, sesgados. En esta ermita se conserva asimismo un tríptico hispano-flamenco, del siglo XVI, que contiene en el cuerpo una piedad, y en las puertas las pinturas de San Juan Bautista y de un segundo santo.

Convento de San José. Construído a principios del siglo XVII. Edificado sobre el solar que ocupaba la casa-torre, conocida como Torreateko, de defensa del portal de la villa. De planta rectangular, de tres naves, presenta una portada barroca modificada a principios del siglo XX, al añadirle dos grandes columnas que conforman un pórtico.

Ermita de San Telmo. Es una edificación del siglo XVI, con doble coro de madera y un retablo rococó del siglo XVIII.

Ermita de Santa Clara. De origen medieval, convertida en casa de labranza tras ser desafectada en el siglo XIX.

Imagen de San Telmo. En la calle del mismo nombre; restaurada en 2004.

En lo tocante al arte civil, caben reseñar:

Torre Jauregi, palacio urbano que conserva elementos de la primitiva torre medieval como el acceso apuntado y una ventana trilobulada.

La casa Ubillos es un conjunto señorial compuesto por la torre solar del linaje epónimo, del siglo XV y el palacio renacentista que se añadió en la centuria siguiente. La torre fortificada primitiva conserva, en su parte baja, gruesos muros y saeteras.

Goikotorrea es una torre, muy modificada, del antiguo cerco defensivo medieval de la villa. Destacan también Torreberria, del siglo y el palacio de Olazabal, casa blasonada del siglo XVI, reformada en época barroca.

La Casa Consistorial fue construida en 1733, siguiendo la tipología clásica de los consistorios guipuzcoanos dieciochescos.

Un interesante ejemplo de arqueología industrial es La Yutera, antigua fábrica de Arbillaga, conjunto fabril de finales del siglo XIX en el que destaca el edificio de viviendas y oficinas, de estilo neo-oriental.

El Museo Beobide está instalado en Kresala, que fuera la casa-taller del escultor Julio Beobide.

El Museo Zuloaga, tiene aneja la ermita de Santiago; documentada desde el siglo XV, fue pertenencia de un hospital jacobeo, reconstruida tras el incendio que sufrió en el siglo XVIII.

En Oikia, hay que señalar la iglesia de San Bartolomé, gracias al notable retablo mayor, atribuido a Andrés de Araoz, y fechable a la estancia del escultor en la zona entre 1554 y 1563, fecha ésta en que el artista fallece. Está formado por un banco y dos cuerpos de tres calles, y queda rematado por un ático central, de una sola calle. Todo él, en su parte original, está formado por relieves, San Lucas y San Marcos en el banco, el martirio del santo y su presentación ante los jueces, desollado, en el primero; San Bartolomé condenando la idolatría y como es acusado ante los jueces, en el segundo; finalmente, el Padre Eterno, con mirada severa, en el ático. La calle central aparece cambiada, ocupando la zona correspondiente al banco y al primer cuerpo, una escultura de época posterior y muy repintada, que representa al titular, San Bartolomé, apareciendo la calle central del segundo cuerpo sustituida por una tosca pintura sobre la cual se ubica una escultura de un crucificado de muy inferior calidad, absolutamente ajeno a la labra original del retablo.