Udalak

Pamplona / Iruña

La Ciudad de Pamplona conserva un amplio abanico de obras de arte. Bellas manifestaciones que testimonian los distintos períodos artísticos que se suceden en la capital desde la época romana hasta nuestros días.

La romanización fue intensa en Navarra. Si bien apenas se conservan restos de ciudades romanas, se han encontrado varios de gran importancia como los de Liédena -por sus características de villa/vivienda/finca-, Soto de Ramalete y Falces. Los restos musivarios hallados en estas villas conforman una buena parte de la colección existente en el Museo de Navarra de Pamplona. Hay que destacar que en el patio del citado Museo, se ha instalado un completo mosaico que ocupaba el peristilo de la "villa" de Liédena y se dispone manteniendo su forma originaria, con el estanque sito en el lugar que ocupaba, el antiguo impluvium. Completan la colección, los hallazgos provenientes de la propia ciudad de Pamplona. De los cuales, los últimos han sido extraídos de las excavaciones hechas en la calle Curia y presentan a monstruos marinos y fortificaciones, como elementos temáticos reiterativos. Está también el mosaico polícromo hallado en la Navarrería que representa la lucha de Teseo y el Minotauro y los dos fragmentos procedentes de Andión. En el apartado de escultura funeraria en Navarra, se han encontrado un gran número de estelas de diversa calidad. De la misma capital procede la estela de Sextilus Silonis (hoy en el Museo de Navarra).

En Pamplona y a cargo de M.ª Angeles Mezquíriz, se excavó la necrópolis visigoda descubierta en las actuales calles de Amaya, Olite, Arrieta y Leyre. De la misma, se extrajeron ocho jarros de cerámica, collares de vidrio y ámbar, sortijas y joyas diversas, llaves, espadas, cuchillos, regatones y otros objetos de hierro. Todos ellos se exponen en el Museo de Navarra.

Durante el Medievo la Ciudad de Pamplona conoció un período de guerras civiles, cuya plasmación arquitectónica fue la construcción de las fortalezas interiores. Hoy nada queda de ellas salvo las descripciones. Tampoco quedan restos del castillo medieval, ni del primitivo hospital de San Juan de Jerusalén -sito en el Barrio de San Juan-, al ser derruido en las guerras contra la Convención. En cambio, todavía existen puentes de construcción medieval, como el de Miluze -en el paraje llamado San Jorge, junto a Landaben-, el de Santa Engracia, el puente de la Magdalena -por donde entraba el camino francés de Santiago- y el de San Pedro de Ribas. Este último (con tres arcos de medio punto), es tal vez el más antiguo de la ciudad (época transicional al gótico). Al período medieval pertenece también el Molino de Caparroso que todavía se alza junto a la "puerta de diamante" del Río de los Maderos; canal éste obtenido del Arga en el paraje del Parque de la Tejería.

La construcción consta de una torre que le confiere un aspecto de semi-fortaleza (fue convertido en central eléctrica del Irati y desempeñó un importante papel durante las guerras carlistas del XIX). A la misma época pertenece el edificio románico-gótico de Comptos Reales (palacio de Atuzo, construido hacia el año 1300). Se trata de un raro ejemplar de edificio público medieval. En él estableció Carlos II "El Malo" el tribunal de Cuentas del Reino a partir de 1364 (Monumento Nacional, 1868), siendo actualmente la sede de la Institución Príncipe de Viana. Otro ejemplo de arquitectura civil, hoy Gobierno Militar en deshaucio, tapiado y abandonado, es el Palacio Real. Con todo, apartado especial merece la obra más representativa del Medievo: la Catedral, que también en el caso de Pamplona, sufre transformaciones y añadidos a lo largo de su historia.

La primer, mención que se tiene de la antigua catedral, aparece en la Bula del 4 de marzo de 1097 que concede Urbano II a Pedro I de Aragón y Navarra. Anteriormente, Ben Adhari, en su crónica de las campañas de Abderramán, dice que en el 904 y tras la batalla de Valdejunquera, llegó a Pamplona y dio orden de destruir todas las casas, entre las que se cita la Catedral. Durante el siglo X, se dice que los obispos de la antigua Iruña y sus canónigos, salieron con frecuencia de allí para instalarse en Leyre o Monjardín, por razones de seguridad. En el año 1031, Sancho el Mayor hace donaciones a la Catedral de Pamplona. Si bien, parece ser que se trataba de algún edificio que hacía este papel, pues la verdadera catedral románica no se comenzó a construir hasta el año 1100, bajo el mandato del obispo Pedro de Roda o de Andouque.

En 1101, D. Pedro hacía donación de casas y viñas al Maestro Esteban, procedente de Compostela, quien se hizo cargo de los trabajos. En 1127, el obispo De la Rosa consagró la catedral. De la antigua construcción, sólo perduran algunos restos de los muros en la gótica, unas esculturas halladas en los basamentos de la escalinata del actual pórtico, además de algunas ménsulas, esculturas y valiosos capiteles que hoy se pueden admirar en el Museo de Navarra. Por los vestigios, se deduce que la antigua construcción tenía tres ábsides semicirculares, tres naves algo más estrechas y cortas que las actuales góticas y portada doble. La fachada se conservó hasta que, a finales del XVIII, Ventura Rodríguez levantara la actual. Tenía dos torres desiguales, la del norte rematada en campanal añadido, la del sur, la cárcel episcopal, con puerta al exterior defendida por un matacán y con machones de escalones en bisel iguales a los del sobreclaustro actual.

El claustro, situado al sur, unía la catedral a la Dormitalería de los peregrinos de Santiago -de ahí el nombre de la calle contigua-. En la catedral actual queda una capilla, llamada antiguamente "de los palacios de Jesucristo" que parece fue una construcción independiente en la catedral antigua y el conjunto más notorio de la Navarrería antes de la catedral románica. Varios desastres contribuyeron a la desaparición de esta construcción y al nacimiento de la actual gótica. La guerra civil fue el primero de ellos; las tropas francesas del Conde de Artois, destruyeron la Navarrería y saquearon la Catedral. En 1312, ya se habla de los trabajos para su reconstrucción, bajo las órdenes del obispo Arnaut de Bar bazán. De este momento son dos galerías del claustro, las alas norte y este, la Sala Barbazana, el Refectorio, la Cocina y el Dormitorio de los Canónigos; en estas dependencias, se nota la influencia francesa.

El 1 de julio de 1390, se desplomó el coro y parte de las naves de la construcción románica. Carlos III el Noble emprenderá la reconstrucción en 1397. Dña. Blanca prosiguió la obra de su padre, dejando constancia de su mecenazgo en las claves de la nave central. La edificación gótica de naves y capillas no se terminará hasta el 1525, si bien para el año 1457 la construcción está casi finalizada (en estas obras intervienieron los arquitectos Juan Cortel, Pedro de Olloqui, Juan de Oroz y Janin de Lome). Se comienza edificando las capillas del lado del Evangelio y los cinco tramos de esta nave lateral, en cuyas claves aparece el escudo de Dña. Leonor, reina de Navarra. De este primer momento podría ser también la portada Norte, llamada de siglo José y que aún conserva la policromía original en sus finas tallas del tímpano. Del mismo momento son también sus portones batientes de madera. Posteriormente, se harán la nave lateral de la Epístola y la central que tiene también cinco tramos rectangulares, aumentados a seis a finales del XVIII, a fin de enlazar con la nueva fachada. Estilísticamente, se caracteriza por su sobriedad decorativa y la influencia francesa de la vecina catedral de Baiona; sin triforio, predomina el macizo sobre el vano, quizá en consonancia con la tradición gótico-navarra y peninsular.

Algunos soportes descansan en basa a manera de zócalo y la mayor parte de los capiteles llevan decoración vegetal, si bien en ciertas ménsulas de las capillas la decoración es de bustos o motivos animales. En la cabecera se da una solución pragmática aunque poco vistosa, consiguiendo albergar la girola y las capillas radiales al estilo de la catedral de Baiona. Las dependencias góticas de la época del obispo Arnaut de Barbazán encierran un gran valor artístico.

  • El nuevo claustro

Uno de los mejores exponentes del gótico navarro, se debió de comenzar por sus alas norte y este, quedando terminado hacia 1425. El sobreclaustro de remate se hizo ya en gótico flamígero, contrastando así con el gótico pleno del resto. De planta cuadrada, con galerías abovedadas de crucería simple, se compone de un primer tramo de ventanales ojivales, seisen cada crujía, apoyados en salientes y estrechos contrafuertes. El segundo tramo remata en balaustrada. La tracería de los lados norte y este es más antigua y sencilla, y muchos de sus arcos carecen de gabletes, mientras otros los tienen rematados en escudos. Las dos alas restantes tienen los gabletes rematados en estatuas. Los estilizados ventanales, cobijan arcos geminados sobre mainel, y éstos a su vez, contienen otros dos maineles. El calado pretil del claustro alto no fue terminado hasta principios del siglo XVI. De esta época es la galería superior con vigas de madera sostenidas por pilastras y zapatas, que desentona con el resto. En el apartado escultórico, merecen reseñarse los capiteles de variada decoración -desde temas religiosos del Viejo Testamento hasta estampas populares-, enmarcada en finas tracerías góticas.

En la parte noreste se encuentra una Epifanía esculpida por Jacques Perut. Y ocupando una de las paredes laterales del claustro, está la Puerta Preciosa, compuesta de doble archivolta apuntada, decorada por finas tallas de ángeles y profetas, con arcos torales intermedios. El tímpano queda dividido en cuatro pisos horizontales, en los que se tallan escenas. En el primero, se narra la vida de la Virgen, con escenas separadas por columnillas góticas que sostienen una arquería florida. En el segundo, el Pentecostés, la Dormición, y por último, la Coronación. Flanqueando la puerta, en sus jambas, dos buenas esculturas de Santa María y el Arcángel, en estilo gótico avanzado. El portón batiente que la cierra, es una rica talla renacentista en maderas duras. Alrededor del claustro, las dependencias para los canónigos, en cuya disposición se sigue la norma cisterciense (algo poco común para la época).

  • Capilla Barbazana

Situada al este, es una sala capitular con puerta adornada de estatuas y dos ventanas cistercienses hacia el claustro. Tiene planta cuadrada y bóveda estrellada de ocho puntas. Las ménsulas van doradas, al gusto inglés, y las claves se decoran con figuras de profetas; en la central, la Virgen María. Su cripta fue usada para enterramiento de obispos. De ahí el sepulcro de Miguel Sánchez Asiain.

  • El Refectorio

Es una amplia sala rectangular de alta bóveda de ojivas que recaen sobre grandes ménsulas con altorrelieves historiados relativos a las leyendas que cantaban los juglares. Los muros se abren con estrechas ventanas de mainel central. La decoración del tímpano de la puerta y de la tribuna tiene resabios nórdicos. Dos estatuas a la entrada representan la Iglesia y la Sinagoga. Del autor de estas esculturas parecen ser también los dos tímpanos que hay sobre las puertas del ángulo sudoeste del claustro. Las claves mayores y menores van decoradas con escudos y blasones; escudos de las naciones de la Europa medieval y blasones de las ciudades y villas y las casas alféreces del Reino de Navarra.

  • La Cocina

Es una interesante dependencia de planta cuadrada con chaflanes triangulares en los ángulos ocupados por chimeneas. En el centro, una alta chimenea con gran bocina octogonal que termina en un largo pináculo.

  • Pintura

Y, pasando al apartado de la pintura, señalar que una buena parte de las muestras pictóricas existentes en las distintas dependencias circundantes al claustro, han sido trasladadas al Museo de Navarra. En el testero del Refectorio, había una gran pintura mural de Juan Oliver -según consta en su inscripción-, enmarcada por figuras de profetas. Su composición la forman tres registros donde se pintan escenas de la Pasión, centradas por una gran Crucifixión, la Deposición y la Resurrección en la parte inferior. Debajo, unos juglares con sus instrumentos, e intercalados entre éstos, unos escudos que contienen las armas Navarra-Evreux. Por sus características estilísticas cabe relacionar a Juan Oliver con los pintores ingleses, más aún, se supone que fue un pintor inglés al servicio de la corte del Rey de Navarra; utiliza colores casi uniformes, predominando rojos y azules, marca contornos, y sus cabezas hidrocéfalas con melenas de paje tienen grandes ojos almendrados.

Pinturas del Paramento de la Puerta Preciosa. Composición monumental con el árbol de Jesé, de gran altura y repleto de personajes correctamente dibujados, más las representaciones de la Trinidad, Jesús en la Cruz y la Virgen, junto con una serie de profetas que llevan filacterias; Mezquín asocia esta pintura al esquematismo francés y la data en los primeros años del siglo XIV. Pinturas del sepulcro del obispo D. Miguel Sánchez Asiáin. Representan el Nacimiento de la Virgen, la Presentación en el Templo y las figuras de un caballero y del obispo titular arrodilladas en la característica posición gótica como oferentes. En el testero, el Juicio Final, con el Padre y el Hijo, ángeles, la Virgen en actitud mediadora y un grupo de sus patrocinados. El arcosolio está decorado con medallones, figuras bíblicas entre hojas y diversos motivos vegetales; datan de la segunda mitad del XIV y la crítica tiende a relacionar al autor con las escuelas del siglo de Francia, tal vez la de Avignon.

  • Antiguo claustro

Abriendo un paréntesis a las obras contenidas en el antiguo claustro y en la igualmente desaparecida construcción románica, lo más valioso sin duda, son los capiteles de la primera mitad del siglo XIII (queda señalada su localización actual en el Museo de Navarra). En los mismos se observa la mano de dos grandes artistas: el Maestro Esteban y el llamado Maestro del Claustro. Al conocido Maestro compostelano se le atribuyen siete grandes capiteles que pertenecieron a los pórticos del templo, las ménsulas decoradas con cabezas de leones y algunas tallas sueltas. Las piezas más importantes son cuatro capiteles, el de los pájaros de robusto pico mordiéndose sus patas y los de entrelazo tupido. Al Maestro del Claustro, por su parte, se atribuyen seis capiteles dobles de talla vegetal y tres historiados procedentes del antiguo claustro, de valor y belleza extraordinarios. Los temas de éstos son la Pasión en el primero (Prendimiento, Beso de Judas y Crucifixión), el Descendimiento, la Sepultura y la Resurrección en el segundo, más la historia de Job en el tercero (este último tema fue poco habitual en la escultura medieval). Hay escenas muy bellas y de gran fuerza expresiva, como el Descendimiento, el Beso de Judas, la Crucifixión, pero en general por lo que destaca el Maestro es por su calidad y libertad compositiva, su talla natural, expresiva y detallista, además del uso de elementos arquitectónicos para enmarcar escenas y separar registros; en siglo Pedro de la Rua (Estella) y en la Portada de San Martín de Unx, se percibe la influencia de este escultor, por lo que algunos lo relacionan con el Maestro de Uncastillo.

  • Escultura y orfebrería

Tras este inciso, a continuación se reseñarán por épocas las bellas muestras escultóricas, pictóricas, de forja y orfebrería que alberga el templo. En su mayor parte, son realizaciones del Gótico, Renacimiento y Barroco. La única excepción es la antigua verja del presbiterio hecha con volutas en espiral (como en el Románico) que según parece, se forjó con los hierros que defendían la tienda de Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa, rotas por Sancho de Navarra. Se data, por tanto, a comienzos del siglo XIII y se encuentra en el claustro, habiendo dejado lugar para una nueva verja en estilo gótico florido, firmada en 1517 por Guillermo Ervenat, compuesta por cuatro pilastras cuadradas decoradas finamente y puerta central. Se supone también de este autor otra verja que primitivamente cerraba el coro en oposición a la primera.

Un excelente ejemplo de escultura funeraria, situada casi debajo del mismo crucero, es el sepulcro de Carlos III y Dña. Leonor, labrado en alabastro por Janin de Lome, entre 1413 y 1419 (autor formado en la escuela borgoñona); las figuras de los monarcas, talladas con gran realismo y detalle, aparecen yacentes con las manos en actitud orante y bajo doseletes. A sus pies, un león y dos lebreles. La base va decorada con arquerías de traceria gótica, albergando imágenes deplorantes que recuerdan a las del sepulcro de Felipe el Atrevido y Juan Sin Miedo (de Klaus Sluter). En el testero, una gran inscripción conmemorativa.

Del siglo XVI es la verja de hierro de la Capilla de Cristo que fue primitivamente del trascoro.

Una obra capital del Renacimiento español enriquece el interior de la Catedral: la Sillería del Coro. Las trazas y el programa de ésta se deben al francés Esteban de Obray, en 1540. Además intervinieron Guillen de Holanda, Juan de Moreto, fray Juan de Becuais y obradores burgaleses de los círculos de Siloé y Vigarny. Está dispuesta en dos hileras de sillas. La parte alta, con 58, es de respaldos altos y guardapolvos saledizos. La inferior, con un total de 54 sillas, sin ellos. Ambas se encuentran a distinto nivel, con pasos entre las dos de varios escalones. Los respaldos de las sillas bajas no están sólo tallados con grutescos y otros elementos renacentistas, sino también embutidos en madera de boj sobre el roble usado como principal materia prima. Los brazaletes y los tabiques de separación están completamente tallados, excepto los sectores del recorrido del asiento al plegarse.

Las "misericordias", pequeñas ménsulas de la contratapa, presentan figuras irónicas en actitud de protesta por el peso que les toca cargar, pues sirven para apoyarse. Los sitiales, también con incrustaciones de boj, representan escenas mitológicas y temas del Antiguo y Nuevo Testamento. Todo el orden superior de sillas está sobremontado por un resplado corrido. En primer orden, cortas columnas separan representaciones fantásticas y alegóricas. Sobre sus fustes, otras columnas más altas recubiertas de follaje que hasta la altura de un nuevo friso dejan espacios para una colosal serie de evangelistas, santos, fundadores y vírgenes realizados en medio relieve. Encima, frisos con decoración que recuerdan la Antigüedad clásica, y sobre ellos, veneras que cierran las falsas hornacinas creadas. En el conjunto se entremezclan formas italianizantes y platerescas con las de los talleres regionales de Vascongadas, Aragón y Rioja. El facistol original desapareció pero deben considerarse suyas ocho tablas talladas que integran el nuevo, finamente esculpidas con grutescos y arabescos de gusto plateresco.

Los retablos datan en su mayor parte de esta época renacentista o anticipian ya este estilo, como en el llamado Retablo de Caparroso. Obra de la segunda mitad del XV, de factura gótica con influencia flamenca y ciertos detalles que anuncian ya, el Renacimiento. Aparece centrado por una imagen de Cristo sufriente de gran expresividad, rodeada de profetas en pie, en actitud declamatoria y con filacterias. Parecer ser obra del navarro Juan Gascó, formado junto a Pedro Díaz de Oviedo en Tudela. Otro retablo, el de la Trinidad, es obra de Juan de Anchieta. El retablo de una capilla del lado N., se atribuye a Domingo Vidart (1600), con estofado de Juan Claver. Está también el Retablo de Santo Tomás, de autor desconocido y fechado a comienzos del XVI, que representa la siguiente estructura y temática: banco con escenas de la Pasión de Cristo, cuerpo central distribuido en cinco calles de dos pisos con escenas de la vida de Cristo y la Virgen.

En la calle central, esculturas de madera policromada que representan la duda de Santo Tomás. En el guardapolvo están representados los donantes en actitud de orar. Cabe destacar la expresividad de las figuras y el cuidado dibujo y colorido de las pinturas. También renacentista es el antiguo Retablo Mayor de la Catedral, hoy trasladado a la iglesia neo-renacentista de siglo Miguel. Data del 1598 y es obra de Pedro González de San Pedro, discípulo de Juan de Anchieta. De grandes dimensiones, policromado y estofado por Juan Claver, consta de sotobanco y tres cuerpos con cinco calles y cuatro entrecalles, separadas todas ellas por columnas pareadas realizadas en los tres órdenes clásicos. Predomina lo arquitectónico sobre lo escultórico, tal vez por la dificultad que tuvo que suponer el llenar un espacio tan grande. El efecto es pobre y bastante convencional. A pesar de ello, merecen especial mención algunas tallas como la de la Asunción y altorrelieves ejecutados con un gran realismo que preconizan ya el Barroco.

Un último apartado dedicamos ahora al capítulo de orfebrería. Las dependencias anejas a la gran nave guardan el llamado Tesoro de la Catedral en el que hay pinturas de distintas épocas, de poco valor artístico, tablas, trípticos, orfebrería, etc. Algunas de las obras más importantes han sido trasladadas al Museo Diocesano. Cabe destacar dos relicarios de gran valor (ambos de época gótica). El Relicario del Santo Sepulcro, de 1258, regalo que San Luis hizo con ocasión de la boda de su hija Isabel con Teobaldo II de Navarra. Su forma recuerda la traza de la Sainte Chapelle. El tema representado es la Resurrección del Señor. Para algunos autores, en el tratamiento de los personajes se ven semejanzas estilísticas con el Maestro de Reims. En cualquier caso, sí que queda clara la relación con talleres franceses en su ejecución. De época más avanzada, fines del siglo XV, es el Relicario de la Santa Espina.

De taller pamplonés, hecho a modo de templete con arco conopial. En un principio, la portezuela inferior albergaba la reliquia. En la actualidad, se coloca el ostensorio en su parte superior. Relicario del Lignum Crucis. Relicario esmaltado de los primeros años del siglo XV, está realizado a modo de esbelto templete gótico, rematado en tres cruces y con esmaltes relativos a la Pasión. Hecho, probablemente, en talleres parisinos, contiene un fragmento del Lignum Crucis que el emperador bizantino Manuel Paleólogo envió a Carlos III, solicitando ayuda contra los turcos. Ostensorio de la Catedral. Realizado en Pamplona en 1540 en estilo plateresco, es de autor desconocido. En su basamento contiene temas a "candelieri" y escenas de la vida de Cristo. Templete eucarístico de la Catedral. En su origen se destinó como marco y soporte de la custodia plateresca en la procesión del Corpus. Hoy se utiliza para cobijar la imagen de Santa María la Real. Obra del orfebre José Velázquez de Medrano, de fines del siglo XVI, se aprecia en él la influencia del romanismo miguelangelesco y las directrices de Juan de Arfe Villafañe. En su superficie desarrolla un amplio programa teológico con escenas del Génesis y de la vida de Cristo. De las piezas de plata que se conservan, la mayoría es del siglo XVI. Hay que indicar que en estas obras de platería desaparecen las influencias francesas, siendo mayores las conexiones con La Rioja, donde se realizaron durante este siglo muchas piezas para Navarra. De las mismas, un buen número son cruces de brazo recto con terminaciones en flor de lis, evolucionando de las cuadrilobuladas a las de perfiles zigzagueantes.

Para terminar, queda referirse a la última modificación de la que fue objeto la Catedral de Pamplona hacia el año 1780, cuando el cabildo decide derribar la antigua fachada y construir una nueva al gusto neoclásico. La obra, realizada por canteros navarros según proyecto de Ventura Rodríguez, es un buen ejemplo de la arquitectura academicista del momento. Se trata de un pórtico tetrástilo con columnas de orden corintio rematado en frontón, que hace resaltar el ático provisto también de frontón y que culmina en cruz adornada por ángeles. En este ático, está esculpida la Asunción, de inspiración neoclásica. Flanqueándolo, dos cuerpos laterales con balconcillos y las torres cuadradas en sus dos primeros tramos y ochavadas en el último, rematando en cupulines campaniformes. Un gran atrio neoclásico con enrejado rodea la fachada. (En la torre norte se halla la segunda campana (en dimensiones y peso) de España, fundida en 1584 por Pedro Villanueva).

La arquitectura navarra de estos siglos recibe una gran influencia francesa, dada la raigambre de las casas reales (Evreux, Foix...) gobernantes. La más antigua de las construcciones religiosas góticas completas es la de San Cernin del siglo XIII, inicialmente obra románica. Su pórtico, sin apenas decoración, con columnas de capitel corrido y flanqueado por las esculturas de San Saturnino y San Honesto con el niño Fermín. En alzado, estrechas y escasas ventanas debido a su condición de iglesia-fortaleza, resaltada por las dos grandes torres que la flanquean y que debían servir como atalayas. La del norte, campanario, marcaba oficialmente las horas. En el siglo XVIII, sustituyen sus almenas por el chapitel ochavado que hoy vemos y que sirvió de observatorio y puesto de señales durante el bloqueo carlista. En la otra torre, el reloj oficial de Pamplona. Del siglo XVIII es el remate actual, debido a Simón de Larrondo. En el interior, una gran nave de crucería que exigiría uno o dos tramos más para lograr una mayor armonía.

Absides con bóveda de "gajos de naranja" de gruesa nervatura. El coro descansa sobre un gigantesco arco escarzano. Adosada, se construyó la Capilla de la Virgen del Camino, entre los años 1758 y 1776, en estilo barroco italianizante con pinturas que recuerdan a las de Tiépolo en su interior. Señalar también que uno de los tímpanos de la Iglesia (como curiosidad escultórica) está presidido por Cristo sedente rodeado de símbolos de la Pasión y figuras orantes que pudieran ser los mecenas. Un segundo edificio religioso a considerar es la Iglesia de San Nicolás. Comenzada en estilo de transición a finales del XII, conserva detalles de este periodo en las puertas norte y oeste. De inicios del Gótico, queda la cubierta del ábside y el abovedado de las naves laterales, si bien la factura que presenta es resultado de la casi total remodelación de que fue objeto en el siglo XIX. Será Blas de Iranzo quien comience las tareas de reconstrucción, continuadas en 1888 por Angel Goicoechea, en esa corriente ecléctica característica del siglo.

En este edificio, dada su raigambre medieval y el propio gusto del arquitecto por el románico y el gótico, abundan los elementos arquitectónicos de aquella época: arquería lombarda, arco de medio punto en la Casa Parroquial, pórtico con arcos ojivales, y la peculiaridad del empleo del ladrillo cara-vista además de motivos mudéjares (decoración de medallones y rombos). Posteriormente, José Martínez de Ubago dirige las obras de remodelación de las torres, intentando rescatar el aspecto de fortificación que tuvieron. Dentro ya de la arquitectura civil románico-gótica, está el Palacio Real de Pamplona o Palacio de San Pedro, así llamado por su situación cerca de la iglesia de San Pedro de la Navarrería. De origen románico, fue durante el reinado de Sancho el Sabio cuando experimentó un mayor empuje constructivo. Hacia el año 1366 fue reformado y en 1384, con Carlos III, se hizo una nueva remodelación. El Palacio fue también episcopal hasta que en 1427, el papa Martín V lo cede a la reina Dña. Blanca II, ocupándolo desde entonces los reyes y virreyes de Navarra. Conservó sus torres medievales hasta el siglo XVII. En la actualidad, de su posible riqueza y esplendor no quedan restos, sólo sobrias salas góticas con bóvedas de crucería simple y casi nula decoración.

El Renacimiento en Pamplona tiene una de sus manifestaciones en la portada del Antiguo Hospital (1556), cuya autoría no queda resuelta, aunque al parecer se debe a Juan de Villarreal y no a un autor francés como se venía pensando. Siendo también probable la colaboración de Juan Vizcaíno que se sabe diseñó la parte del edificio que une la Iglesia con el Hospital propiamente dicho, cerrando así un patio entre ambas edificaciones. Igualmente renacentistas son las alas lateral y posterior del edificio. Construidas en ladrillo, ya habían sido terminadas en la fecha antes señalada para la portada (1556), siendo restauradas en época reciente por D. José Yárnoz e instalándose allí el Museo de Navarra. Su fachada data de mediados del XVI y perteneció, inicialmente, a una ermita de Puente la Reina. En el interior y a ambos lados del altar se dispone parte de las sillerías de la Catedral de Pamplona (obra de Esteban de Obray, 1540). El retablo central renacentista de hacia 1535 procede de Burlada y fue pintado por Juan del Bosque, mientras que la talla se debe en parte al mismo Esteban de Obray. Los retablos laterales fueron hechos originariamente para esta capilla y llevan las armas del fundador, el canónigo Diego de Goñi.

Del mismo siglo era la Iglesia de San Agustín, cuyo interior fue renovado en imitación románico-bizantina (el edificio perteneció al convento de las Agustinas hasta su demolición). Está también la Basílica de San Ignacio. De pequeñas dimensiones, fue erigida donde, según la tradición, cayó en 1521 San Ignacio de Loyola defendiendo una puerta -o bien el Castillo- de la ciudad contra los franco-navarros; del castillo, se conserva en esta iglesia un cuadro de época. Pese a sus resabios góticos cabe citar también la Iglesia de Santo Domingo, en donde destaca su antiguo suelo realizado en enormes tablas de madera. El retablo mayor, fechado en 1567, se aleja ya del plateresco para iniciar el "modo a la romana". Según Biurrun, la obra se debe a Nicolás de Berástegui; cabe señalar que su composición es seguida con dificultad, dado que los temas de la Pasión -con figuras de santos dominicos y otros en las entrecalles-, han sufrido alteraciones en el orden. Además de estas manifestaciones de arte religioso, el Renacimiento en Pamplona tuvo una plasmación de gran envergadura en la arquitectura militar con la construcción de la Ciudadela o "Castillo Nuevo". Este castillo, el último levantado en Navarra, se proyectó en la línea de las nuevas fortificaciones renacentistas, en las que jugaba un papel clave la no menos novedosa fuerza de la artillería. Las obras -aprovechando materiales del castillo levantado en 1513 por Fernando el Católico-, se iniciaron a partir de 1571, por orden de Felipe II y bajo la dirección de Giacomo Palear (el Fratín), estando terminadas hacia el año 1650.

Con posterioridad, en 1685, se completó con un sistema de contraguardias y rebellines. Más aún, hacia 1720, se practicó una remodelación interna, proveyéndosele de pabellones y bóvedas altamente resistentes. El esquema es un pentágono regular con cinco baluartes en los ángulos y dos accesos, uno principal orientado hacia la ciudad, más un segundo, la Puerta del Socorro, situado a la vuelta del castillo. Todo el recinto estaba rodeado por un ancho foso. Hoy en día y a pesar de que muchos de sus elementos han desaparecido, el conjunto se conserva casi en su totalidad. No se olvide que ya en 1888 para la construcción del Primer Ensanche, se derribaron los baluartes de San Antón y de la Victoria, desapareciendo parte del muro interior, fosos y puentes. Se mantienen, en cambio, casi intactas, las murallas de los lados norte y noroeste con los baluartes de San Bartolomé, de Labrit y del Real. Otro tanto sucede con las puertas. Así, la de Francia (o de Zumalacárregui) no ha necesitado restauración desde 1572 hasta nuestros días, conservándose todavía el puente levadizo de madera con cadenas. Además de estos ejemplos arquitectónicos, del mismo período y en el apartado de artes decorativas, señalamos la existencia de tapices renacentistas pertenecientes al Antiguo Hospital, hechos sobre cartones, del pintor holandés Van der Ecke, que se conservan en el Palacio de la Diputación.

La arquitectura religiosa del Barroco en Navarra distingue dos etapas. El Primer Barroco fue proyectado en su mayoría por los tracistas navarros de la Orden Carmelitana, quienes siguieron las pautas decorativas marcadas por Francisco de Bora, si bien introdujeron novedades en materia constructiva hasta el punto de configurar un modelo "carmelitano", de planta con una sola nave y altares dispuestos a lo largo de los muros, más un rectángulo vertical rematado por un frontón en la fachada. Entre los tracistas, destacó el propio Prior del Convento de Pamplona, tras cuya muerte su labor arquitectónica fue continuada por Fray Pedro de Santo Tomás. Así, tomó el relevo de Fray Juan de San José en las obras del convento de Santa Ana, construido entre 1662 y 1669.

Con todo, el Barroco se impone definitivamente en la segunda mitad del XVII. Este segundo Barroco, se caracteriza por una decoración abigarrada y rica, aunque en el norte de Navarra perduraron las formas simplificadas y sobrias. La Capilla de San Fermín, aneja al templo parroquial de San Lorenzo y edificada entre los años 1896 y 1717, es quizá el ejemplo más significativo del barroco carmelitano en Pamplona. Esta capilla, que todavía hoy guarda en su interior una imagen del Patrón de Pamplona hecha en madera, fue ideada por los arquitectos Santiago Raón, Fray Juan de Alegría y Martín de Zaldúa, quienes la concibieron -en planta y en alzado- según los cánones de la época: una cruz griega inscrita en un cuadrado y doble ala con dos pisos; uno inferior, en piedra, con grandes arcadas entre pilares de orden dórico toscano y friso decorado, más un piso superior, en ladrillo rojo con vanos adintelados. El empleo del ladrillo se repite en el testero y paramento contiguo que rematan en frontones triangulares y contienen óculos flanqueados por escudos cerámicos que representan las armas heráldicas de la ciudad de Pamplona. Todo ello rematado por un tambor octogonal -cuyas ventanas permiten la iluminación interior de la cúpula- y linterna. Señalar que desde su edificación ha sido objeto de reformas con las consiguientes modificaciones. En concreto, las de 1800-1805, afectaron al interior en el aspecto ornamental, sobre todo, y el estilo seguido fue el Neoclásico. Posteriormente y tras los bombardeos de septiembre de 1823, las partes básicamente modificadas fueron el cimborrio y la linterna.

Por último destacar la ya señalada combinación de materiales que se conjuga en la fachada, elemento éste distintivo y frecuente en la arquitectura de la Navarra Media, donde confluyeron las corrientes estilísticas de la Montaña y la Ribera (piedra y ladrillo). Dicho rasgo constructivo, sin embargo, no fue exclusivo de la arquitectura religiosa; también lo adoptaron los edificios civiles. Tal es el caso del Palacio del Conde de Ezpeleta (Calle Mayor 65), cuyo alzado se proyecta en dos cuerpos; de sillar almohadillado el primero y de ladrillo el segundo. Este edificio, único ejemplo del barroco civil en Pamplona, muestra la siguiente fachada: una monumental puerta circundada por pilastras con estípites y guirnaldas rematadas en cabezas a modo de herma. Encima un friso y cornisa partida centrada por un escudo familiar, flanqueado por sirenas y guerreros. Con esta composición la concibieron los arquitectos Pedro de Arriarán y Antonio Elorza (artífice, el segundo, de las molduras y tallas de la fachada).

El Palacio Episcopal, por su parte, es un edificio barroco con un ligero estilo de reminiscencias navarro-aragonesas. Data del siglo XVIII y presenta la curiosidad de tener dos fachadas. También del XVIII pero obra de la corriente rococó, es la Sacristía Mayor de la Catedral de Pamplona. Del Barroco tardío y emblema representativo de la ciudad es la fachada de la Casa Consistorial, única parte que subsiste del edificio elevado en 1755 derribado en 1952. Proyectada por José de Zay y Lorda con amplia decoración rococó, fue rematada por el frontón más clasicista de Juan Lorenzo Catalán. Esculturas, columnas, balconajes y enrejado se combinan en un bonito conjunto. Otros palacios destacables del siglo XVIII pamplonés son el de los Navarro (Zapatería 50), el de los Guendulain (Zapatería 53), el del Condestable (Mayor 2), el de los Redín-Cruzart (Mayor 31), el de los marqueses de Rozalejo (Carmen 17), y el de Goyeneche e Iturbide (Plaza del Castillo 7). Dentro de la arquitectura militar barroca, recordar las reformas de la Ciudadela, dirigidas por Ignacio Sala y a las que antes se ha hecho referencia.

En cuanto a la pintura, la aportación autóctona al Barroco, fue escasa y pobre. Los artistas navarros no consiguieron más que superar el arcaísmo del que adolecía la producción pictórica de principios de siglo. No obstante, sería injusto ignorar las obras de la familia Berdusán. Así, el joven Vicente Berdusán desarrolló un importante trabajo en Navarra. De su padre heredó cierto tenebrismo para pasar, tras su contacto con la escuela madrileña (1655-62), a elaborar una pintura más colorista y grandilocuente en la que gusta de ropajes vaporosos (al igual que Francisco Rizzi vestía a sus personajes). A modo de ejemplo, se conserva en la Catedral una pintura de Santa Teresa escritora, realizada por un Berdusán (Carlos), pintor que se limitó a imitar tipologías ya creadas. Por suerte, la mediocridad de la pintura navarra del Barroco se vio superada un siglo después. El arte Rococó, tuvo su gran artista en el pintor Luis Paret y Alcázar. El prestigio de éste como decorador le valió un contrato en el Ayuntamiento de Pamplona para el diseño -tras finalizar en 1778 las obras de Viana- de cinco fuentes, de las que se conservan tres, emplazadas en la plazuela de las Recoletas, en la del Consejo y en la Calle del Carmen. En estas realizaciones, se aprecia el eclecticismo de un autor que conjugó lo rococó y lo neoclásico.

Para completar el apartado pictórico, señalar que en el Museo de Navarra se conservan dos obras de Francisco de Goya que en su momento le fueron encargadas por la Diputación del Reino. Se trata de dos retratos: el de Fernando VII y el del Marqués de San Adrián. Este segundo, firmado por Francisco de Goya en 1804, es considerado como uno de los mejores entre los pintados por el autor en el período 1803-1806 y posiblemente el más logrado de sus retratos masculinos. El Marqués, que viste traje de montar, lleva una fusta en su mano derecha y un libro en la izquierda (signo de ser personalidad culta e ilustrada). Con las piernas cruzadas y levemente apoyado sobre un soporte, su pose elegante y dandy se asemeja mucho a la de los retratos ingleses. Destaca el fino colorido y el logro de calidades; calzón en terciopelo oro-viejo y chaleco blanco, sobre los que posa una luz amarillenta y que con trastan con el claroscuro del paisaje de fondo. La resuelta factura y los ricos recursos estéticos que muestra Goya en esta obra, se complementan con una singular agudeza para profundizar en la personalidad del retratado; los ojos rojizos del Marqués denotan su temperamento inquieto e inestable. En definitiva, la composición, el color, la luz, los tejidos, la actitud y rostro, conforman un exquisito cuadro realista.

La primera obra de corte netamente neoclásico realizada en Pamplona es el Acueducto de Noain. Esta construcción llevada a cabo en un período (siglo XVIII) en el que la ciudad encaminó sus esfuerzos a la puesta al día de los servicios urbanos, formaba parte del proyecto de traída de aguas desde Subiza para abastecer a la capital. Hoy, es el único resto que se tiene de la magna empresa. Su artífice final sería Ventura Rodríguez, quien contó con la colaboración de Francisco Alejo Aranguren y con la dirección técnica de Angel Ochandátegui. Desde el punto de vista estético, destaca la sencillez y, a la vez, grandiosidad del conjunto, que lo convierten en uno de los más bellos acueductos de la edad moderna. Por las mismas fechas se desarrollan en la capital las obras de la fachada neoclásica de la Catedral. En el siglo XVIII también, configura su actual morfología la Plaza del Castillo que con sus dieciocho mil metros cuadrados de superficie distribuidos en planta trapezoidal es uno de los lugares más conocidos y de mayor vida en Pamplona. Su existencia se remonta a la época medieval cuando se abría entre los muros de la Navarrería y los de la población de San Nicolás.

Desde entonces la historia le ha confiado muchas y muy diversas funciones, pasando por ser solar de mercado, prado procesional, coso taurino, palenque, plaza del castillo viejo (que le dio su nombre), vertedero, muladar, patio de armas, estación de autobuses regulares. Hoy en día conserva toda su vitalidad y sobra decir que es el corazón de la capital. Su tardía incorporación urbanística, bastante posterior a la fusión de los tres burgos medievales, explica su definitiva configuración en época avanzada; el quiosco actual es de 1942. Construcción ya contemporánea pero que mantiene la estética dieciochesca es el Palacio de la Diputación que se erige entre el año 1847 y 1851. Su fachada con grandes porches y arcadas es claramente neoclásica. Son recientes la fachada a Carlos III (1931-1934) y los bronces -que representan Reyes de Navarra- y los relieves alegóricos de temas florales en mármol blanco en los que participó Fructuoso Orduna.

La producción arquitectónica contemporánea en Pamplona se halla estrechamente vinculada a la historia de los ensanches que en esta época se realizan en la capital navarra. Así las nuevas corrientes arquitectónicas -Historicismo, Eclecticismo y Modernismo- que surgen en Navarra en torno al 1860, no se desarrollan, sin embargo, hasta después de 1885, cuando se inician las obras del Primer Ensanche. Hasta la fecha, la ciudad conservó en su perímetro las murallas y el trazado urbanístico medieval. De la misma manera, a los edificios medievales se les añadieron nuevas estructuras barrocas o neoclásicas. En el Primer Ensanche, se procedió a la construcción de edificios destinados a viviendas civiles, además de edificios públicos y polígonos industriales en tomo a la Rotxapea. Respecto a los arquitectos que participaron en esta primera ampliación urbana, están los nombres de Julián Arteaga, Angel Goicoechea, Florencio Ansoleaga, Máximo Goizueta y Manuel Ubago. Englobables, todos ellos, en la línea historicista.

Julián Arteaga (año 92), arquitecto municipal y sucesor de Angel Goicoechea en el cargo, fue el autor del proyecto definitivo del Palacio de Justicia. La historia de este edificio -paralela a la del Primer Ensanche- está repleta de trabas e impedimentos "burocráticos". En el año 90, Arteaga presentó el primer proyecto, elaborado a su vez sobre la base del segundo de los anteproyectos realizados en el 88 por Goicoechea. El 13 de julio, en plenos San Fermines, se procedió a la colocación de la primera piedra. Sin embargo, las obras fueron paralizadas ante el veredicto desfavorable dado al proyecto por parte de la Real Academia de San Fernando que, divergía en aspectos varios como la propia irregularidad del solar (inapropiada para la construcción de un edificio de carácter civil), la utilización mixta de vigas de hierro y madera (las primeras suponían toda una revolución técnica para el momento), además de aducir razones formales de tipo ornamental como la crestería, que según la Academia no armonizaba con el resto de la fachada (y sería en el siguiente proyecto suprimida).

A la negativa de la Academia, sucedió la crisis ministerial del 92. Las obras no se reemprendieron hasta el 94, dándose por terminadas en febrero del 97. Pamplona contaba por fin con su nuevo Palacio de Justicia, emplazado tal y como se pensaba inicialmente en el solar este del nuevo ensanche, lindante al norte con la calle Navas de Tolosa, al sur con la de Pascual Madoz, al este con la de Yanguas y Miranda, y al oeste con la del Marqués de Rosalejo. Resuelto a la manera ecléctica, predominan en él los elementos de corte clásico, especialmente en la fachada principal que se abre al Paseo de Sarasate. La misma, con alzado de tres plantas, presenta un cuerpo central que destaca de los laterales por su disposición avanzada, el empleo de la piedra como único material y por su clásica organización que destina el sillar almohadillado para la planta baja y la piedra más lisa para el primer piso. Los valores clásicos se manifiestan también en las ventanas dinteladas con baluastres de piedra, en fragmentos de entablamento, mensulones, rosetas, tacos y otros elementos ornamentales que adornan dicho cuerpo central. El resto de la fachada, al igual que las demás, presenta un zócalo de piedra y paramentos en ladrillo rojo, con vanos dispuestos simétricamente y enmarcados de manera diversa según el piso.

Al clasicismo que emana el conjunto sirve también la puerta principal, a modo de arco de triunfo, y el amplio portal decorado a base de mensulones y paneles rectangulares que se alternan en su friso superior, y casetones que cubren el techo. Merece subrayarse el sentido pictórico y el valor técnico del edificio. Al logro del primero contribuye la combinación contrastada de materiales (piedra arenisca y ladrillo rojo), así como la propia irregularidad del edificio. En el orden técnico, el empleo -novedoso en la arquitectura pamplonesa- de las vigas de hierro, y la igualmente innovadora incorporación de los sistemas de calefacción y pararrayos, dan cuenta del avance que supuso en el campo constructivo del momento. Hoy en día se concibe como uno de los grandes logros del eclecticismo pamplonés, y por supuesto, del propio Arteaga. (Otras realizaciones del mismo autor: en las calles Mercader y Calceteros se le atribuyen varios escaparates de estilo modernista. En la misma ciudad, contribuye también con la construcción de las Escuelas Municipales).

Otro de los arquitectos que cultivó el historicismo y el eclecticismo con resultados inmejorables fue Florencio Ansoleaga y Elizondo (1846-1916), tal vez el autor más conocido de la arquitectura pamplonesa de finales del XIX y principios del XX. Como personaje-prototipo de su tiempo ejerció además de arquitecto como arqueólogo, coleccionista y crítico de arte, acumulando en sus setenta años de vida cargos y títulos diversos. En el terreno de la arquitectura se desempeñó como arquitecto diocesano. A él se deben numerosos conventos y reformas de iglesias donde cultivó el estilo ecléctico con un predominio de elementos de origen medieval. Fue además arquitecto provincial durante cuarenta años y profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona. En su producción de carácter civil, destaca el edificio del Archivo de Navarra, cuya construcción se inicia en el año 1896. El Archivo se halla adosado al Palacio Provincial y participa del mismo estilo neoclásico. Así, su fachada se articula en cinco cuerpos -extremos y central, adelantados- que dibujan una línea marcadamente horizontal, al modo de los palacios renacentistas italianos. El empleo de la piedra como material exclusivo y la proyección de su fachada reafirman dicha concepción palaciega: arcos de medio punto, sucesión de pilastras de distinto orden, balcón corrido en el cuerpo central, banda de tondos con bustos de personajes navarros, arcos escarzanos, juego de frontones y, crestería ornamentada con escudos y palmetas.

Otro de los participantes en el Ensanche pamplonés (último tercio del XIX) fue Manuel Martínez de Ubago, prestigioso arquitecto navarro que se afincó desde comienzos del XX en Zaragoza, considerándosele en la actualidad máximo exponente del Modernismo aragonés. A él se deben las pocas obras que de la corriente existen en Pamplona. Tal es el caso del Mirador de la Plaza de San Nicolás, 72 y del portal donde hoy tiene su sede la Delegación de Hacienda, así como la casa sita en la Calle Alonso que data del año 97 y cuya fachada ornamentada a base de líneas ondulantes, motivos vegetales en balconadas de hierro, al igual que los yesos que decoran el portal, son de indudable tinte modernista. Sin embargo, la obra que destacó a Ubago en la capital navarra, el Monumento a los Fueros, la concibió en estilo ecléctico. El monumento, de gran valor simbólico, fue erigido en el año 1903, aunque su proyecto data de 1894, (año de la "Gamazada"), decidida la construcción que sería sufragada por suscripción pública.

Para la ocasión, Martínez de Ubago, siguió el modelo de otros monumentos ya existentes en varias capitales españolas (monumento a Colón en Barcelona). Esto es, el esquema trazaba una torre sobre pedestal de planta poligonal, rematado por una escultura apoyada en capitel. Más aún y teniendo en cuenta su finalidad, los elementos integrantes no serían sino símbolos: cinco gruesas columnas de soporte representando a las cinco merindades de Navarra; cuerpo central con estatuas-personificación de la Historia, la Justicia, la Autonomía, la Paz y el Trabajo; la estatua en bronce de una mujer vestida al modo clásico en actitud de proclamar el escrito del pergamino que porta, como alusión a las libertades del pueblo navarro... incluso los materiales empleados -provenientes de diferentes puntos de Navarra, excepto el bronce-, tendrían una carga simbólica. El monumento quedó emplazado en el Paseo de Sarasate (frente al Palacio de la Diputación). Y aunque no llegó a inaugurarse, convirtió a la zona en el centro simbólico de la ciudad. Fuera de Navarra, la idea fue pronto imitada por otras provincias, entre ellas Vizcaya. Una vez concluido el Primer Ensanche y antes del inicio del Segundo, se dotó a Pamplona de una nueva plaza: la de San Francisco, que vino a ocupar los terrenos de la vieja cárcel y la antigua Audiencia.

Poco tiempo después, en uno de los laterales de la Plaza, se construyó el edificio de la Agrícola (para la Asociación del mismo nombre). Su autor, el arquitecto guipuzcoano Francisco Urcola que presentó el proyecto en 1910, optó por el modelo constructivo romántico que -a diferencia de San Sebastián y Bilbao- constituía una excepción en Pamplona. De planta regular, con patio central y bóveda vidriada, parecía estar concebido desde un principio para el que sería su segundo cometido, ya que fue transformado en Gran Hotel. En la actualidad, sin embargo, desaparecidos el gran vestíbulo, la vidriera cenital y habiéndose revestido la cubierta con una deslucida superficie de aluminio, no conserva el esplendor que le caracterizó en su momento.

Pasando a la producción arquitectónica del Segundo Ensanche, destaca la labor de Víctor Eusa, que formado entre el Racionalismo y el Neoacademicismo, se le puede considerar dentro de la modernidad. Se trata de un artista sincrético que conjuga lo novedoso con la tradición. Así, para la Casa de Misericordia de Pamplona -obra cumbre del Segundo Ensanche-, se inspira en la solución que los grandes arquitectos decimonómicos utilizan como modelo para cárceles y hospitales. También obra suya es el Seminario de Pamplona. Aquí, los valores simbólicos se concentran en la gran cruz con el lema "Christus Vincit" de que consta la fachada. Otro de los artistas participantes en el Segundo Ensanche y único competidor de Víctor Eusa fue Miguel Gortán, si bien algunos estudiosos le achacan una grandiosidad casi hueca en el carácter de sus edificios.

Y ya de época reciente, calificable incluso de postmoderno, están Juan Redón Huici, quien proyecta en 1929 la construcción de un edificio de viviendas en el que la parte superior rompe con las estructuras circundantes, consiguiendo un aspecto de vivienda unifamiliar. Le preocupa además, el diseño y el interiorismo; faceta ésta que queda manifiesta de forma particular en la Residencia Juan XXIII de Pamplona. Monumento a los Caídos. Dedicado a los fallecidos en el bando nacional o franquista, es un edificio ecléctico coronado por una gran cúpula, obra del arquitecto José Yárnoz. Se inició en 1942 en la plaza que se denominó Conde de Rodezno y fue inaugurado por el mismísimo general Franco en 1952. Consta su interior de una nave central y de cuatro más pequeñas rodeando a la más importante. En sus paredes se hallan diversas placas de mármol rosa con los nombres de los difuntos por orden alfabético. En el centro la cripta del general Mola y en el altar mayor un bello Cristo de Orduna. En la bóveda pueden admirarse las pinturas murales del pintor catalán Stolz, discípulo de Sert, representando diversos pasajes de una visión heroicista e hiperespañola de la historia de Navarra.

Entre los pintores del XIX, figura Salustiano Asenjo Arozamena que, como autor de importantes obras para entidades navarras, retrató a personajes ilustres, entre éstos, el tenor roncalés Gayarre (su retrato está hoy en el Ayuntamiento de Pamplona) y el violinista Pablo Sarasate. Sin embargo, el retratista oficial de Pamplona será en este momento Enrique Zubiri. Por su parte, Eduardo Garceller y García hace pintura histórica. Su obra más destacada es la del Tributo del Rey Moro de Zaragoza a Sancho de Navarra realizado en colaboración con Alejandro Ferrant para una sobrepuerta del Salón del Trono de la Diputación. Otros pintores que cultivaron también el género histórico fueron Joaquín Espalter y Francisco Aznar ("Batalla de Roncesvalles"). Y como retratista de finales de siglo, tenemos a Inocencio García Asarta. Baranechea, Ramos Arcaya y Fructuoso Orduna Lafuente, integran la lista de escultores del XIX. Obra del último es el busto de José Sanjurjo que preside el monumento elevado en los alrededores de la Ciudadela en 1929. Del mismo autor es el monumento a Julián Gayarre en los jardines de la Taconera (1948).

En el siglo XX, dentro de la línea costumbrista, un pintor que creará escuela es el pamplonés Javier Ciga Echandi. Entre sus obras más significativas, nombrar, Baztango beitegia (Establo baztanés) y el "Viático", pinturas tenebristas de técnica cuidada. Además hizo pintura religiosa. Crispín Martínez, Enique Zudaire y José M.ª Ezpeletea son los pintores formados por él. Cabe destacar también a Gerardo Sacristán Torralba que forma a pintores como Beunza, Eslava, Lasterra y Manterola. Entre los paisajistas figura Jesús Basiano Martínez, en cuyas obras, se percibe la influencia de Darío Regoyos y de la pintura italiana de la posguerra. Destaca así mismo la obra de Miguel Pérez Torres que en sus paisajes capta la instantaneidad mediante el uso de una peculiar fuerza colorista y al que se le conoce además como pintor de tipos populares. En un estilo más vanguardista, ligado al italiano, reseñar la actividad tanto pictórica como escultórica de Martín Caro y José Antonio Eslava.

De las últimas generaciones, sobresalen, dentro de la corriente neorrealista, Isabel Baquedano y Xavier Morrás, cuyo hacer se deja notar en las producciones de artistas actuales, entre ellos, Juliantxo Irujo. La corriente surrealista, queda representada por Rafael Lozano, Bartolozzi y José Miguel del Moral. En lo tocante a la escultura sirva de referencia indicar que en 1990 el Ayuntamiento adquirió seis esculturas a artistas locales -Jesús Alberto Eslava Castillo, Alberto José de Orella y Unzué, Alfredo Sada Laguardia, Jesús Elizain Osinaga, José Antonio Eslava y Rafael Celaya- para -paranar la Ciudadela, el Parque Antoniutti y los jardines de la Vuelta del Castillo.

TPS