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GODIN, Guillermo de Pierre

Eclesiástico bayonés nacido en 1260, en la calle Bourgneuf, en una casa demolida poco después y que formaba la esquina de esta calle con la de Pontriques. La noticia de su muerte llegó bajo el mando del alcalde Guillermo-Arnaldo de Viele. Y si nos hacemos la pregunta de si su muerte fue lamentada, tendríamos que contestar que en el mundo religioso, sin duda. La catedral, como las comunidades, estaban repletas de sus afectos; el obispo Pierre de Saint-Johan era un amigo suyo personal; su sobrina, Agnes de Liposse, gobernaba la rica abadía de Saint-Bernard: los Predicadores estaban a sus pies, pues por él habían llegado a tener influencia en todo. Pero entre los laicos no encontraron eco y hubo una indiferencia general de la que se salvaron pocos dignatarios de la Iglesia; el nepotismo le había granjeado muchas enemistades. Pues podía pasar el que hubiese hecho de su sobrino, Bernard de Lépone, un canónigo de Bayona, y más tarde de Dax, y que le hubiese enriquecido, eso se comprende; pero que le permitiese, porque era rico, deshonrar la catedral de Bayona y destruir la elegante armonía de su configuración primitiva con la anexión de seis capillas o prebendas a lo largo del muro septentrional que daban desde el exterior la impresión de una cosa informe que no puede compararse más que a un enorme pulpo echado de espaldas y mostrando en el aire sus rudimentarios tentáculos; que le autorizase, en contra de todos los usos y de todas las reglas canónicas, asegurar perpetuamente, para él y para sus herederos, el patrimonio, incluso laico, de sus prebendas; esto era, verdaderamente, demasiado escandaloso. Y otro sobrino, Bartolomé de Beyrnes, cuyas reclamaciones poco afortunadas habían estado a punto, varias veces, de provocar conflictos armados entre los marinos bayoneses y sus mejores aliados de la costa vasca de España; ¿cuántos enemigos le habían granjeado entre el gran comercio?, y este mismo sobrino, hecho gentilhombre por la gracia del Santo Padre, vivía noblemente en sus tierras, a las puertas de Bayona, intrigando en Burdeos y en Londres, para obtener el derecho de alta y baja justicia sobre unas cuarenta casas de los dominios privados del rey, situadas cerca de los suyos, en Brindós, Ucetarren y en Balichon. Este derecho lo obtuvo, finalmente, por dinero; y durante diez años pudo hacer sentir a los oscuros burgueses que le habían negado antes la condición de vecino, desde qué altura les dominaba en el presente un doncel de cardenal. Pero dejando de lado estas mezquinas apreciaciones del punto de vista bayonés, no puede por menos de reconocerse que este sacerdote de tan humilde origen, pequeño, casi deforme, y que, a pesar de todas estas desventajas exteriores subió tan alto, era digno por su talento, por una liberalidad verdaderamente real y por los brillantes servicios que no cesó de prestar a la Santa Sede y a la Iglesia, de la alta función que desempeñó, y que figura a justo título en la galería de hombres ilustres de la orden de Santo Domingo. En la promoción de diciembre de 1312 recibió el sombrero con el título de Santa Cecilia. Este mismo año, Tolomeo de Lucques, predicador, y uno de los primeros discípulos de Santo Tomás, entonces bibliotecario del Vaticano, le dedicó su Historia Eclesiástica. Cinco años después -el 12 de septiembre de 1312-, Juan XXII le hizo pasar del orden de los cardenales sacerdotes al de los cardenales obispos, bajo la advocación de Santa Sabina. Lleno de celo por los intereses de la religión, trabajó con éxito en extinguir la herejía de los Bégards y se cree que compuso en esta ocasión su tratado: De la alianza de Jesucristo con la Iglesia. Pero donde mostró en todo su esplendor las brillantes cualidades de las que estaba dotado, fue en su misión en España, durante la minoría del joven Alfonso XI, misión que llevó a cabo con el titulo de legado apostólico. Llegado a Castilla desde principios del año 1324, hizo reunirse a los estados generales del reino en la ciudad de Palencia. Además de los infantes de Castilla vemos que acudieron los arzobispos de Compostela, Toledo, Sevilla, con otros varios prelados y con un gran número de señores. El estado de anarquía profunda en que se encontraba hundida España a causa del enfrentamiento de los príncipes a propósito de la regencia, no permitió que los prudentes consejos del cardenal de Bayona fuesen escuchados tanto como él había esperado. Pero un éxito más claro y más decisivo en cierta manera, le esperaba en el concilio de Valladolid. Todos los obispos de Castilla y de León asistieron. El primer fruto de este concilio, que fue presidido por el legado, fue una tregua de diez meses que hizo firmar entre los tutores del joven Alfonso. Después estos príncipes se comprometieron bajo juramento a deponer las armas, y a no volverlas a tomar antes de Navidad del año 1322. Nuestro cardenal propuso seguidamente varios reglamentos para la reforma de las costumbres y de la policía eclesiástica. Al leer los 27 cánones que fueron publicados en Valladolid por orden del legado y con la aprobación del concilio, se queda uno estupefacto a la vista del clero español, ignorante, impúdico, viviendo en una especie de inacción musulmana, en medio de mujeres judías, cristianas o mahometanas, habiendo olvidado, quizá porque nunca las había aprendido, las más elementales prescripciones de la fe católica -6 de agosto de 1322-. A su vuelta de España julio de 1323-, Godin donó mil florines florentinos a los Predicadores de Bayona, para que pudiesen acabar la construcción de su iglesia, que había sido quemada en 1290, consagrada en honor de Dios, de su buena Madre y del bienaventurado Domingo. Estos mil florines, depositados primero en Pamplona, después en la residencia de los Predicadores de Bayona, comprendían 206 florines de oro con la efigie de un cordero, 180 escudos dobles de oro, 22 florines de Florencia y 20 libras de pequeños torneses. Pero Godin había querido que los trabajos se ejecutasen bajo la dirección de sus dos amigos Sancho de Arribeyre y Domingo de Listo, vecinos de Bayona, y de su sobrino Bartolomé de Beyries; éstos retiraron un recibo de mil florines -marzo y julio de 1324-. Después de haber asistido a la canonización de Santo Tomás, el cardenal de Bayona se tomó algún tiempo de reposo, pero no sin consagrar este retiro al servicio de la Iglesia, puesto que empleó su tiempo libre en escribir su importante tratado: Del poder de la Iglesia, respuesta elocuente al libro que acababa de publicar Ubertin de Cusal de acuerdo con Marsilio de Padua, con objeto de defender a Luis de Baviera que se había lanzado a una lucha abierta contra la Santa Sede. Y ¿asistió Godin al cónclave en que se proclamó al sucesor de Juan XXII, Benedicto XII, que fue coronado el 7 de enero de 1335?. No hay nada preciso sobre este asunto. Pero la enfermedad había ya herido profundamente a este hombre ilustre; su testamento, fechado el 25 de diciembre del mismo año, nos ofrece la prueba. En él declara, al comienzo, que está muy enfermo, y que cartas apostólicas les han permitido disponer de su persona en lo que respecta a la elección del lugar de su sepultura y de sus bienes muebles, añade, que muere como verdadero católico, que somete todos sus escritos, todas sus palabras, a la censura de la Santa Sede; que desea que se paguen todas sus deudas, mencionando una suma de 20 libras tornesas por un préstamo que le había hecho, en otro tiempo, el difunto Pierre Johan de Vic, vecino de Bayona, y que quizá, dice, se debe aún a sus herederos. "Si me muero, añade, en las provincias de Provenza o de Toulouse, quiero ser enterrado en el convento de los Predicadores de esta última ciudad; si no, en la iglesia de los Predicadores de Bayona. Quiero una tumba sin tabernáculo, una simple estatua yacente con nuestra imagen, y destino para esta construcción una suma de 200 pequeños torneses". Seguidamente da disposiciones para sus funerales, y constituye ocho comisarios, cuatro en el lugar de su sepultura y cuatro en las Minoresses del monasterio de Pouillon, que tanto había amado, destinando para los cuatro primeros 700 florines de oro, y para los otros, 500. Pero en el caso de no ser enterrado en Bayona, instituye, mediante el pago de 500 florines, otros cuatro comisarios por el descanso de su alma y de sus parientes. En el lugar de su sepultura y al día siguiente de sus funerales, se deberán entregar limosnas para una comida a los prisioneros y a las órdenes mendicantes: a cada prisionero, 1 tornés grande; 18 florines a los Predicadores; 10 florines de oro a los Menores, y 6 florines a cada convento de San Agustín y de Santa María del Carmelo. "Quiero que mis anillos, uno de ellos de precio, los otros de 11 florines, sean ofrecidos, en mi nombre, al Papa y a cada uno de los cardenales. Además de las 3.000 libras de pequeños torneses que he dado ya, con ciertas condiciones, a la iglesia catedral de Bayona, para construir las tres bóvedas de la nave central, piedras, vidrieras y pintura". Murió el mismo año y fue enterrado en el convento de los Predicadores de Bayona. Ref. Ducéré, E.: "Dictionnaire Historique de Bayonne", art. Godin, Guillerme.