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Barakaldo

Con un centro urbano que sería San Vicente de Barakaldo y una barriada importante fuera de su radio de acción, El Regato, la totalidad de las antiguas cofradías que formaban el municipio han pasado ya ha formar parte del núcleo de lo que es, en la práctica, uno de los términos más importantes de toda la comunidad autónoma vasca. Actualmente, y tras la desanexión de Alonsotegi, la mayoría de su población gira en torno a un hábitat urbano y fabril que articula todas las funciones administrativas de una zona que tras el desarrollo industrial de fines del siglo XIX y gran parte del XX perdió una parte importante de su patrimonio.

La iglesia Parroquial de San Vicente se encuentra documentada en el año 1322, aunque los vestigios más antiguos que conserva son de mediados del XV y su estructura básica se remonta ya a la primera mitad del XVII. En general nos encontramos con un templo de nave única y planta rectangular, torre a los pies, cabecera rectangular, pórtico en sus muros oeste y parte del sur, sillería y cubierta a dos aguas. Para saber más visite el artículo dedicado a este templo en la enciclopedia.

En el barrio de El Regato se encuentra la Iglesia de San Roque construida muy próxima a la ermita de la misma advocación que ya existiera en este barrio desde el siglo XVII. Además tenemos otros tres templos religiosos. La Iglesia de San José es una construcción de 1940 y obra de Ricardo Bastida, que tomo su patronato del proyecto fallido que Casto Zavala pretendía edificar a finales del siglo XIX en el barrio de Desierto. Tiene tres naves, ábside circular y torre a los pies que hace de pórtico en su parte baja. En su interior los arcos apuntados articulan tramos y naves, salvo las capillas laterales de los muros que se resuelven en medio punto. Se utiliza ladrillo en parte de su estructura y destaca el mural de la cabecera con la vida de San José y de cadencia renacentista.

La Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Retuerto, fue construida en los años cuarenta del siglo XX, cerca de la antigua ermita dedicada a San Ignacio de Loyola. Durante varios años ambos templos permanecieron edificados, aunque el antiguo cerrado al culto. De única nave y capillas laterales, tiene adosada al ábside poligonal una alta torre sobre la que se yergue la gran imagen del Sagrado Corazón. Toda su decoración sigue un planteamiento clasicista y cuenta con murales en algunos tramos de la cubierta y capillas laterales, cuadros de San Pedro, San Pablo, San José y la Virgen en la cabecera, bajo la que se encuentra la capilla de la familia Garay Sesumaga (comitente del edificio), un retablo mayor de cemento de escaso valor con talla del Sagrado Corazón y también tallas de San Ignacio de Loyola, San Isidro Labrador y San Antonio. Por último el Sagrado Corazón de María, en Burceña, vuelve a repetir patrones clasicistas en su construcción interior y exterior, aunque participa también de repertorio barroco, sobre todo en su torre de estilo herreriano.

De las ermitas hablaremos de las cinco que aún quedan en pie, aunque las desaparecidas son más que las que han sobrevivido. Santa Águeda está relativamente apartada del núcleo urbano y su documentación más antigua data de fines del siglo XVI, época de la que conserva aún gran parte de su estructura de estilo renacentista, mientras que su cubierta, de lunetos, la espadaña y la sacristía son del XVIII y el pórtico del XIX. Podemos hablar de iglesia dadas sus dimensiones y sus características esenciales son: planta alargada de una nave en cuatro tramos, cabecera recta, mampostería exceptuando vanos y esquinas, sacristía adosada al testero, espadaña a los pies y pórtico en el muro norte. Todos los arcos (fajones, formeros, vanos, etc.) se articulan en medio punto, salvo un vano conopial de los denominados de asiento en el coro. En cuanto a mobiliario presenta un retablo mayor de estilo rococó, con un piso, tres calles y ático, que alberga imagen de la patrona, Cristo, en el ático, del siglo XVII y Santa Ana, Virgen con el Niño y Santiago Matamoros, todas ellas romanistas. Posee tres tallas de gran interés: un Cristo neoclásico de madera policromada, también de madera Santa Quitería de finales del gótico, y como elemento clave una pieza en alabastro de Santa Margarita, posiblemente de fines del XV y de factura francesa, única en la provincia.

La Ermita de Nuestra Señora de la Natividad, en Burceña, es lo único que queda en pie de un antiguo convento de mercedarios, y de nuevo nos encontramos con un templo de amplias dimensiones, nave única en cuatro tramos y cabecera recta. Es de mampostería, salvo la fachada principal, con estuco al interior imitando sillería, la cubren bóvedas de cañón rebajado y todos sus vanos son de medio punto salvo un óculo a los pies sobre el coro. Dos son los elementos importantes del templo, ambos muy clasicistas: la fachada que alberga acceso en medio punto, pilastras cajeadas, hornacina, entablamento y espadaña con pináculos de bola; y la pequeña capilla sepulcral de la familia Llanos, en la que aparece su escudo de armas sobre arcada ciega de medio punto, frontón y pináculos, siguiendo la estética del frente exterior. El conjunto se podría datar en el siglo XVII. En arte mueble su retablo mayor, barroco, con columnas salomónicas, decoración vegetal de viñas, banco, tres calles, ático y sobrecalles, contiene un San José, San Antonio, Cristo y Padre Eterno, todos barrocos y en un lateral una copia de un Murillo del siglo XVIII.

San Martín es un pequeño edificio rectangular adaptado al desnivel del terreno con acceso en medio punto y escaleras. A dos aguas y mampostería tiene a sus lados pequeños estribos más decorativos que arquitectónicos dado su pequeño tamaño. Santa Quiteria, construida en 1914, de planta rectangular y mampostería y poco interés arquitectónico completa las ermitas. Queda sólo hablar brevemente del Cementerio de San Vicente, construido ha finales del siglo XIX por Casto de Zavala.

En primer lugar se va ha hacer referencia a los restos de casas-torre que aún sobreviven en una de las zonas más intensas en cuanto a los movimientos banderizos bajomedievales se refiere y en el que en un pasado se pudieron contabilizar un gran numero de ellas, en su mayor parte desaparecidas.

La torre de Susunaga es un edificio de corte militar que tras el paso de los conflictos de bandos se transformó en vivienda residencial de corte aristocrático, aunque conservando parte de sus características originales. Actualmente es un cubo de dos alturas y cuatro vertientes, con sillería en esquinas y vanos, siendo el resto mampostería. Tiene un acceso lateralizado en medio punto con grandes dovelas y escudo en su clave y algunos vanos interesantes como un balcón en doble arco de medio punto que ha perdido el mainel y moldurado con pomas, un arco conopial, otro trilobulado y alguna aspillera. Presenta una insólita decoración en bajorrelieve en su fachada principal, en alguno de los sillares de las esquinas (un jabalí, un cazador, un perro y una serpiente de dos cabezas), datada en el siglo XVI y algo posterior a la construcción inicial de la torre en piedra, que sería gótica.

La torre de Zubileta ha ido perdiendo su imagen de torre para pasar a ser un caserío con vestigios militares. Actualmente en ruina, aún conserva su planta cuasi cuadrada, los sillares esquinales, la amplia potencia de sus muros y algunos elementos concretos que denotan su pasado tardomedieval-renacentista (uno de sus accesos presenta patín original, varios vanos escarzanos y aspilleras, alguna de ellas cegada), siendo lo más reseñable una ventana geminada en arcos ligeramente apuntados y parteluz con arista matada y al interior convertida en vano de asiento. Estructuralmente se presenta con tres alturas y tejado a doble vertiente.

Otro edificio destacado es la torre de Lurquizaga, actualmente caserío que sólo conserva del original la parte baja. Sus vestigios primitivos se contabilizan en muros perimetrales bajos, acceso en medio punto moldurado y aspillera en sillar. Se presenta con planta cuadrada, tres alturas, doble vertiente y mampostería en su zona alta.

Los restos de la torre de la Patilla (algún muro y encuadres) y la de Aldeko (lienzos de muro y un acceso en arco de medio punto) se suman al escaso patrimonio de tradición banderiza conservado.

Sólo el palacio Larrea se puede considerar arquitectura culta anterior a la segunda mitad del siglo XIX. De tipología barroca y construido en el siglo XVIII, no se aleja de lo que las normas constructivas de este período marcaban y vuelve a repetir de forma reiterativa soluciones funcionales y estéticas vistas en todo el territorio. Tiene tres alturas marcadas por imposta de placa lisa, cubierta a cuatro aguas, volumen cúbico y fachada blasonada. Combina mampostería y sillar, sus vanos se enmarcan en recerco de orejetas y en su acceso hay dos tallas en piedra representando verracos. Es el antiguo solar de la familia Larrea donde, al menos hasta la segunda mitad del siglo XVIII existió la casa-torre de este nombre.

Del transito de esa arquitectura aún vinculada con el Antiguo Régimen y las nacientes tendencias promovidas con la llegada de nuevos planteamientos quedan el palacio San Vicente, que recoge los gustos eclécticos de nuevo cuño, aunque sin despegarse de la tradición neoclásica, y el palacio Munoa de estilo Segundo Imperio.

Fue la industrialización la que marcó el devenir de Barakaldo en el último siglo y medio y los vestigios arquitectónicos que nos han quedado, si bien no tienen un interés artístico elevado, sí son elementos importantes por su condición de reflejo de una época. Las primeras construcciones residenciales de tipo obrero de interés que aún se mantienen en pie son las denominadas casas Uría, Arrazola y Loizaga, de fines del XIX y que como elementos diferenciales tienen sus estructuras sustentantes en madera y se trabajan en mampostería y ladrillo.

También en estos años las Casas de la Orconera ponen en práctica las teorías británicas que eran el preludio de la futura ciudad-jardín. De varios bloques bifamiliares con dos pisos, doble vertiente, jardín delantero y huerta trasera, junto con los pabellones rehabilitados de la antigua fábrica para la que fueron construidas, constituyen un complejo patrimonial industrial de alto nivel. Siguiendo una tipología propiamente inglesa y con el rasgo significativo de Manuel María Smith, su arquitecto, se construyeron entre 1916 y 1918 dos hileras en forma de L de casas de Altos Hornos de Vizcaya, unifamiliares, adosadas, con pequeño jardín en la parte delantera, patio zaguero y que presentan entramado de madera ficticio en su piso alto y arco de ladrillo sobre los vanos. Siguen la estética de las denominadas casas baratas.

Del año 1925 son el Grupo Hogar Futuro, del que quedan pocos ejemplares y en general son bifamiliares, de dos pisos con balcón y con algún elemento decorativo un tanto exótico en este tipo de construcciones (vanos enmarcados en alfiz o soportal en arco rebajado) y, de 1931, se construye la Cooperativa Villa Róntegui, de nuevo casas adosadas en hilera, de dos alturas y un pequeño desván y huerto trasero. Este tipo de viviendas fue degenerando en el clásico bloque de piso, más rentable económicamente, y su evolución proporcionó ejemplos como la Cooperativa La Cruz o el número 1 de Ramón y Cajal, ambas aunque vivienda obrera con deudas con la tradición culta en su exterior.

También esta forma de distribución en pisos al igual que en otros lugares dio lugar a bloques más desarrollados artísticamente hablando y de pretensiones más solemnes, como los números 5, 6 y 7 de Herriko Plaza ecléctica con regusto clasicista y el número 11 de Bizkaia. Toda referencia de importancia a la arquitectura rural ha desaparecido en la expansión moderna, y como vestigios de caseríos con algún interés citaremos Santa Águeda, Linaza y Aldanazarra .

Esta expansión industrial propició también un gran número de infraestructuras de tipo comunitario de la más variada funcionalidad, de las cuales nos haremos eco. Ante todo las escuelas, con el desarrollo demográfico durante finales del siglo XIX y el XX tienen buenos ejemplares, aunque muchas hallan perdido su funcionalidad inicial.

Las Escuelas Salesianas, de 1898 y actual Batzoki, son un edificio de planta alargada, cuatro alturas y desván y ecléctico en su variedad de elementos decorativos, pero con aire revivalista en su tipología estética, combinando piedra, madera, ladrillo o enlucido. Su primer piso combina arcos carpanel con medio punto y el resto de las luces son adinteladas salvo la salida al balconcillo del tercer piso que presenta vanos de medio punto geminados.

La escuela Juan Ignacio Gorostiza sigue con el estilo revivalista, pero en la década de los años veinte del siglo XX, y se presenta como un bonito edificio alargado con dos torres en los extremos de corte militar, decoradas con pináculos e imitación de garitones en las esquinas, recordando arquitecturas renacentistas. Combina vanos en dintel y en medio punto y sus torres tienen escudos.

Señalaremos también el colegio Bituritxa de mediados de XX, con torreón en su parte central. El asilo de la Fundación Miranda data de 1914, tiene planta en U y amplio jardín a su alrededor. Es de una sola altura y se presenta ecléctico con estética clasicista y neogótica. De amplia distribución, tiene varios cuerpos entre los que se destacan el pabellón principal, la capilla y las habitaciones. El Matadero Municipal de 1913 con aire mudéjar por su utilización masiva de ladrillo y la Alhóndiga de El Desierto competan el apartado.

Como gran urbe que se precie sus calles están jalonadas por diverso mobiliario urbano, aunque sólo nos vamos a ocupar de algunos de los ejemplos más interesantes. La Fuente del 14 de Julio, que data del año 1888 y consta de un pilar con imagen de metal en su cima, dos monumentos de Lucarini, uno dedicado a Fernando Ibarra y otro a Manuel Gómez y otras dos esculturas de Oteiza y Larrea despuntan sobre el resto. Un elemento curioso en el municipio es la proliferación de kioscos de música, con un total de cuatro.

El más importante es el kiosco de la Plaza de los Fueros, con traza semiovalada, una gran visera de la misma forma y su fondo en vidriera. El Kiosco de Retuerto es un bonito ejemplar octogonal de forja, con linterna sobre su cubierta y abierto en todo su perímetro. Siguiendo esta misma tipología pero más grande y elevado está el denominado de San Vicente y por último, el de Zuazo, de nuevo similar, aunque con más proliferación de madera.

Mención aparte merece el puente de Kastrejana, sobre el río Kadagua a su paso por este barrio, y que en su momento fue un punto de tránsito importante en el camino que unía Bilbao con Balmaseda. De un único ojo en arco de medio punto y gran luz, está trabajado en su integridad en sillería con perfil ligeramente alomado. Tiene grandes similitudes con el de Balmaseda y tanto su tipología como la documentación lo datan en torno a finales del siglo XIV o principios del XV. Una vieja tradición local lo denomina el Puente del Diablo.

Cuenta Barakaldo con varias presas, tres de ellas de hormigón y de grandes dimensiones, Artiba, Nocedal y Gorostiza, las primeras rectas, mientras la última es de arco y la de Kastrejana, en sillería y arco, y de pequeñas dimensiones.

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MCG 2003