Políticos y Cargos Públicos

Lasala y Collado, Fermín

Duque de Mandas y de Villanueva. Político e historiador guipuzcoano, hijo de una distinguida familia donostiarra, nació en Donostia-San Sebastián el año 1832. Desde su infancia tuvo ocasión de conocer a las personalidades más relevantes del país, y a las que más influencia tenían por aquella sazón en los destinos de esta tierra. El mismo recordó, en un prólogo que escribió para una nueva edición de las Fábulas de don Agustín Pascual de Iturriaga, que este euskerista hernaniense era uno de los que frecuentaban la casa de sus padres junto con el consultor de la provincia D. Luis de Arocena, encarnación de la doctrina foral, y con el reputado jurisconsulto don Claudio Antón de Luzuriaga que disentía de aquél en todos los puntos que se referían a la necesidad de modificar el Fuero para adaptarlo a las exigencias modernas, y sobre todo sobre las reclamaciones que formulaba la ciudad de Donostia-San Sebastián. Obtuvo el título de abogado y entró muy joven en la vida pública. Se afilió al partido progresista, en el que daba una nota de moderación en los días de la revolución de 1854. Poco después, y cuando el general O'Donnell inició la contra-revolución de 1856 y fundó el partido de la Unión Liberal, fue de los que se adhirieron al nuevo partido, en el que siguió militando hasta la caída de doña Isabel II. Dotado de una cuantiosa fortuna, su influencia política se gestó en Gipuzkoa. En 1857 representó a Donostia-San Sebastián en las Juntas Generales de Deba mostrándose conciliador al suscitarse un fuerte tumulto entre el representante de Pasaia y el resto de los junteros, partidario el primero del arreglo de los Fueros. La postura foralista del donostiarra Lasala sorprendió, lo que le hizo comentar más tarde que «ese día aseguré aquella extensa influencia que a los ojos de todos fue tan evidente desde 1857 a 1877». Diputado general de Gipuzkoa, en ejercicio, desde las Juntas de Azpeitia de julio de 1862 a 1863, desde ese importante puesto procuró fomentar los estudios referentes a nuestra historia, y a nuestra lengua, para lo cual instituyó concursos que dieron por resultado la publicación de la interesante Memoria de don Pablo de Gorosábel sobre las guerras y tratados de Gipuzkoa con Inglaterra, y la traducción de una parte de los Libros Sagrados hecha al euskera guipuzcoano por el famoso vascófilo P. Fray José Antonio de Uriarte. Intentó también, aunque sin éxito, la restauración de la Sociedad Vascongada de los Amigos del País. Intervino en el derribo de las murallas de Donostia-San Sebastián como individuo de la comisión que gestionó con eficacia este asunto en 1863. Desde 1857 a 1864 representó a Gipuzkoa en Cortes por la Unión Liberal. Figuró en las Cortes Constituyentes de 1869, y votó contra la candidatura de don Amadeo de Saboya para el trono de España; pero luego reconoció a este monarca, y el año 1871 fue elegido senador. En febrero de 1873 asistió a la Asamblea que proclamó la República, y en cuanto ésta se estableció, se unió a los alfonsinos dirigidos por don Antonio Cánovas del Castillo, con quien desde entonces le unió muy estrecha y cordial amistad, figurando entre los diputados electos -por Gipuzkoa- en 1876 como «ministerial». Dotado de una gran cultura y laboriosidad, en 1878 publica Vicisitudes de la Monarquía constitucional en Francia, 2 vol. Fortanet, Madrid. En 1877 fue nombrado senador vitalicio. En 1879 desempeñó la cartera de Fomento en un ministerio presidido por Cánovas del Castillo, y entonces fue cuando su conducta se censuró más acerbamente por los elementos netamente fueristas, los cuales le reprocharon que no tuviese inconveniente en figurar en un Gobierno que había dictado la Circular de 9 de octubre de 1880 y otras disposiciones claramente atentatorias a las libertades y derechos del país. En el desempeño de la cartera de Fomento (1879-1881) mostró el celo y laboriosidad de que había dado y siguió dando pruebas en todos los cargos públicos que se le confiaron. Lo puso de resalto en el afán con que procuró evitar los estragos que la filoxera causaba en la riqueza vinícola de España. En 1881 fue elegido individuo de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, a cuyas sesiones concurría con asiduidad, cuando se encontraba en Madrid. El tema de su discurso de ingreso en aquella corporación fue el siguiente: ¿Cuáles son la ley histórica y el principio filosófico a que pueden obedecer las revoluciones? Fue embajador de España en París (1890 y 1895) y en Londres; presidente del Consejo de Instrucción pública, y dos veces presidente del Consejo de Estado. En 1918, como senador, era el decano de todos los representantes del país que se sentaban en las Cámaras Españolas. Dentro ya de la Real Academia, sus Anales conservan el luminoso testimonio de las intervenciones del duque de Mandas en debates de tanta importancia y altura como los que se registran en los tomos primero (sobre el tema Hasta qué punto es compatible en España el regionalismo con la unidad necesaria del Estado), cuarto (¿Es compatible el referéndum con el sistema representativo?), y quinto (La última Conferencia colonial celebrada en Inglaterra). Añádase la memoria sobre Una agrupación bascongada de 1820 a 1850 publicada en el tomo VI de las mismas (Tolosa, López, 1884, 22 pp.). En 1895 imprimió, en forma de carta dirigida al alcalde de Donostia-San Sebastián, un tomo en folio en que con gran copia de datos y con testimonios documentales de mucha importancia, muchos de ellos sacados de los archivos oficiales de París, trató de la separación de Gipuzkoa y la paz de Basilea en 1795, o sea cien años antes de su publicación. Podrán rechazarse las opiniones que se sustentan en este libro, pero no cabe negar que un sentimiento de amor al país fue el que impulsó a don Fermín de Lasala a escribirlo, documentarlo y a darlo a las prensas. A su muerte, acaecida en Madrid el 17 de diciembre de 1918, legó a Donostia-San Sebastián la finca de «Cristina-enea» para que se destinara a parque público, y su biblioteca, que constaba de 18.000 volúmenes, entre los cuales muchos que tienen un interés extraordinario para la historia de este país, sobre todo para la de Donostia-San Sebastián en el siglo XIX. También declaró e instituyó heredero universal a la Diputación de Gipuzkoa, según aparece en unos párrafos de su testamento que se leyeron en sesión pública de la misma corporación. En cumplimiento de sus disposiciones testamentarias se editó también lo que se creyó eran sus memorias: Ultima etapa de la Unidad Nacional. Los Fueros Vascongados en 1876. 1924, 2 vols. En esta trabajada obra muestra una postura abiertamente reformista alineada en la política de su líder político Cánovas. En su prólogo el duque reflexiona sobre el abismo que se abrió en la sociedad vasca en 1876 y se reafirma en la postura personalmente adoptada: «Por mi parte, sea cual fuere la resolución que mañana tenga el problema del regionalismo en hora funesta resucitado, me hallo contento al recordar que en ocasión bien delicada para mí estuve entre los que prefirieron en Vasconia la política de aceptar algún sacrificio a la política de la ruptura y que resistiendo toda uniformidad bruscamente impuesta, no llevaron su resistencia a aquellos extremos que pudieron producir nuevo e inútil derramamiento de sangre, resistencia que tal como fue, produjo una pérdida mayor de la autonomía regional».Ainhoa AROZAMENA AYALA