Militares

Guirior y Huarte, Manuel de

Militar y hombre de mar, nacido en Aoiz de Ugarte (Navarra) en 1708 y muerto en Madrid en 1788.

Era de noble familia, y sus antepasados habían ejercido cargos de cierta importancia en el reino de Navarra. Al terminar sus estudios, joven todavía, corrió caravanas, y luego entró a servir en la Orden de San Juan de Jerusalén. En 1733 lo vemos ingresado en la Armada española y trasladándose a Italia, donde permaneció un año. Vuelto a Cádiz, salió seguidamente para América, de dónde, al cabo de unos tres años, lo vemos volverse nuevamente a la capital andaluza en un navío que conducía caudales para el tesoro real. En 1738, ya alférez, aparece destacado en el Departamento del Ferrol, obteniendo un año más tarde el titulo de teniente. Destinado nuevamente a Cádiz, en 1744 tomó parte en la acción naval de Sicié, formando en la escuadra que el general Navarro mandó contra la del almirante inglés Mathews. Debió de señalarse singularmente en este hecho de armas, pues luego lo vemos ascendido a capitán.

En 1750 fue nombrado Comandante del Departamento de Cartagena, y seis meses más tarde pasará a ocupar el mismo cargo en el de Cádiz, permaneciendo aquí hasta 1754. En los años sucesivos lo vemos viajando repetidamente al Río de la Plata y a Canarias en operaciones de transportes de tropas o cumpliendo servicios de escolta de los convoyes que volvían de América. A partir de 1759 lo vemos primero en Cartagena, luego en El Ferrol y cumpliendo diversos cruceros por los mares del Norte. Se hallaba ocupando la Comandancia de Cádiz, cuando en 1766 se le asignó una delicada misión en México, recorriendo a este efecto los principales puertos de aquella costa. A partir de aquí la carrera de Guirior se hace fulgurante. Jefe de escuadra en 1769, dos años más tarde -en 1771- será nombrado virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada y presidente de la Audiencia de Bogotá. Se posesionó del cargo en el año 1773, sucediéndole al marqués Pedro de Messia de la Cerda. A Manuel de Guirior le correspondió la difícil tarea de enderezar la crítica situación que, a raíz de la expulsión de los Jesuitas, atravesaba el virreinato, despojado de golpe de gran parte de su personal educador y debatiéndose, por lo demás, entre problemas crónicos de orden económico y social.

"La instrucción de la juventud y el fomento de las ciencias y artes es uno de los fundamentales principios del buen gobierno, de que como fuente dimanan la felicidad del país, para las artes, industria, comercio, judicatura y demás recursos".

En estas luminosas palabras, tan del gusto del Siglo de las Luces, resumía en su Relación de Gobierno el nuevo virrey la política de reorganización que había de seguir durante su gobierno en Nueva Granada. Trabajó lo indecible para suplir con la erección de Universidades en Popayán, Quito y Cartagena las consecuencias del decreto carolino; pero estos esfuerzos se verían condenados al fracaso al fallar los maestros, el presupuesto y hasta los alumnos. Más fructíferos resultaron sus esfuerzos en Santa Fe, donde implantó un nuevo plan de estudios, que excluía

"las materias abstractas y fútiles contiendas del Peripato", abogando por el "buen gusto que ha introducido la Europa en el estudio de las Bellas Letras".

Añadiremos, a titulo de curiosidad, que en uno de los centros santafereños reformados por Guirior explicó matemáticas y física newtoniana el famoso naturalista andaluz José Celestino Mutis. A Guirior se le debe, asimismo, la fundación de la primera biblioteca pública de Santa Fe, a la que dotó con libros decomisados en los colegios jesuíticos de Tunja, Honda y Pamplona y mandó se la proveyese también

"con máquinas e instrumentos correspondientes, en que se ejercite útilmente la aplicación de los sabios".

A sus amplias inquietudes culturales unía Guirior una acusada preocupación por la problemática social, señalándose también en este orden por una serie de notables realizaciones. Así, mediante el empleo de medios humanitarios consiguió la sumisión de algunas tribus salvajes; veló por el bienestar de sus subordinados, promoviendo nuevas fuentes de riqueza y nuevas posibilidades de trabajo, y, yendo más adelante, se constituyó en impulsor de un atrevido programa de repartición de tierras, postulando disposiciones generales

"para que todos los que tuviesen tierras y no las cultivasen ni disfrutasen con cría de ganados o sementeras, se les obligue a dejarla y que entren otros a disfrutarlas, en beneficio común, para evitar por este medio legal los graves daños que se experimentan de que algunos por mercedes antiguas o por otro título se consideran dueños de inmensas tierras, que no labran ni para ello tienen facultades ni permiten que otros las cultiven, quedándose yermas".

En su política eclesiástica y misional son evidentes algunos resabios de regalismo y jansenismo, que a nadie deben extrañar en el siglo de los Tanucci, marqués de Pombal, conde de Aranda y Campomanes. De todas formas, le cupo a nuestro Guirior la gloria de inaugurar en 1774, tras doscientos treinta y seis años de fundada la ciudad de Bogotá, las sesiones del primer Concilio Provincial del Nuevo Reino de Granada. Tantos servicios le valieron el grado de teniente general, que le fue otorgado en diciembre de 1774. Al año siguiente lo vemos destinado con los mismos cargos al Perú, donde es fama se condujo con idéntico celo y acierto. En 1786 se le concedió el título de marqués de Guirior. Murió a poco de volver a la península para descansar. Ref . Eduardo de Urrutia: Galería biográfica de vascos ilustres Manuel de Guirior, en "Euskalerriaren Alde", 1914, pp. 12 y ss.; Eulogio Zudaire Huarte: Manuel de Guirior, virrey de Santa Fe y de Lima, en "Temas de Cultura Popular", número 143, Pamplona 1972.