Biografías

TAINE, Hippolyte

Entre sus obras hay un Viaje a los Pirineos, del que se ha hecho un gran número de ediciones, algunas ricamente ilustradas por Gustave Doré. En esta obra, después de haber dedicado algunas páginas a la región de las Landas, el autor describe así la ciudad de Baiona: «Bayona es una ciudad alegre, original y casi española. Por todas partes hay gente con chaquetas de terciopelo y calzón corto, y se oye la música áspera y sonora de la lengua que se habla más allá de los montes. Unas arcadas no muy altas bordean las calles importantes pues bajo este sol hay que proporcionarse un poco de sombra. Un bonito palacio episcopal elegante y moderno acentúa aún más la fealdad de la catedral. El pobre monumento abortado, eleva a duras penas, como un muñón, un campanario callado desde hace tres siglos, unos tenduchos se pegan a sus huecos como verrugas; aquí y allá han puesto grandes emplastos de piedra. El viejo inválido da pena al verlo al lado de las casas nuevas y las tiendas muy frecuentadas que se apiñan bajo sus flancos salientes. Tal decrepitud me extrañó mucho, y cuando entré aún me sentí más triste. La oscuridad caía de la bóveda como un sudario, y no veía más que los pilares roídos, los cuadros, los paneles de los muros verdosos. Y esta impresión resultó acentuada por la comparación con los atavíos de dos personas que encontré, cuyas cintas de color rosa resultaban hirientes por el contraste. Veía el espectro de la Edad Media y qué distintos son la seguridad y la abundancia de la vida moderna. Estas sombrías bóvedas, estas columnas, estos rosetones ensangrentados inclinan al ensueño y a unas emociones que no se pueden ya experimentar. Haría falta sentir los mismos sentimientos que los hombres de hace cinco o seiscientos años cuando salían de sus hormigueros, de sus madrigueras, de seis pies de ancho, cloacas de inmundicias, que exhalaban la lepra y las fiebres, cuando su cuerpo sin vestido, minado por el hambre, enviaba una sangre pobre a su cerebro entumecido; cuando la guerra, las leyes atroces y la leyenda de la brujería llenaba su cabeza de imágenes hirientes y lúgubres; cuando sobre los paños ricamente coloreados a través del filtro de las fantásticas vidrieras, los rosetones vertían una especie de incendio o una aureola con sus rayos transfigurados. Son las casas de la fiebre y del éxtasis: y para liberarme de estas impresiones me voy al puerto. Es una larga avenida de viejos árboles al borde del Adour. Es muy alegre y pintoresco, hay bueyes graves y serios con la cabeza baja que tiran de los postes que se descargan; también cordeleros, ceñidos con una cuerda de cáñamo que retroceden apretando el hilo al tirar del cable que se alarga. Las casas en filas se amontonan en el muelle. Las cuerdas dibujan sus laberintos en el cielo, y los marineros penden de ellas agarrados como arañas a su tela. Los toneles, fardos, las piezas de madera están amontonados sobre las losas. Aquí se siente con placer como el hombre prospera y trabaja. Y aquí la naturaleza es tan feliz como el hombre. El ancho río de plata discurre bajo los rayos de la mañana. Delgadas nubes destacan sobre el azul de nácar. El cielo semeja una arcada de lapislázuli. Su bóveda se posa en la extremidad del río que avanza sin olas y sin esfuerzos, bajo la reberveración de las ondulaciones parciales, entre dos filas de lomas hasta las colinas donde unos bosques de pinos de un verde suave, descienden a su encuentro tan graciosamente como él. Sin embargo la marea sube y las hojas comienzan a moverse y a susurrar con el suave viento del mar. Ahora llueve y la posada resulta insoportable. Se ahoga uno en los arcos; me ahumo en el café, puesto que no conozco a nadie. El único remedio es ir a la biblioteca pero resulta que está cerrada. Felizmente el director se ha apiadado de mí y me abre. Y mucho mejor aún, me trae toda clase de cartas y de viejos libros; es un erudito muy amable que me explica todo y me guía informándome e instalándome finalmente, solo, en una mesa con los documentos de una hermosa historia llena de encanto; es una pastoral de la Edad Media y no tengo nada mejor que hacer que contarla». El autor cuenta con su maravilloso estilo la vieja leyenda de Puyane, bien conocida en Baiona y a la que presta un giro más dramático, pero cuyos detalles no han existido nunca más que en su imaginación. En el capítulo siguiente hace una curiosa e interesante descripción de Biarritz y Donibane Lohitzune. Ref. Edouard Duceré: Dictionnaire historique de Bayonne, 2 vols, Bayonne, 1911-1915.