Literatos

Hugo, Victor Marie

Célebre escritor francés. Llegó a Baiona, siendo niño, en 1811. Su madre iba a España a reunirse con su marido, el general Hugo, al servicio del rey José. Con ella estaba su familia y todos se vieron obligados a pasar un mes en Baiona mientras se reunía la escolta que debía protegerlos en el camino. Mme. Hugo escribió una obra, dedicada al poeta, titulada Un idilio en Bayona, llena de frescura y sentimiento, donde se relata la anécdota. Pero donde no se menciona, apenas, más que el teatro de Baiona -pues la madre del poeta había cogido un abono-, y a una niña de diez años, por la que sentía un profundo afecto. Ningún punto sobresaliente de la ciudad parece haber dejado huellas en su brillante y joven imaginación. En 1843, Victor Hugo volvía a Baiona y su primera preocupación fue ir a buscar a las murallas la casa en la que había vivido en 1811, y que no pudo encontrar. Pero en su obra Alpes y Pirineos nos da una corta descripción de Bayona que nos creemos en el deber de reproducir:

"Poca cosa tengo que deciros de la ciudad de Bayona. Es sumamente agradable, situada en medio de colinas verdes, en la confluencia del Nive y del Adour, que forma una pequeña Gironda. Pero esta bonita ciudad y este hermoso paraje han tenido que ser convertidos en una ciudadela. Desgraciados sean los paisajes que son juzgados dignos de ser fortificados. Lo he dicho cien veces y no puedo por menos de repetirlo; el triste barranco que se convertirá en foso en Zig-Zag; la colina que será escarpa con su contraescarpa, la antigua obra maestra de Vauban; ¡bueno!, ¡de acuerdo!, en que es una obra maestra, pero hay que convenir en que las obras maestras de Vauban estorban a las obras maestras del buen Dios. La catedral de Bayona es una iglesia bastante hermosa del siglo XIV, color de yesca, y completamente carcomida por el viento del mar. No he visto en ninguna parte un monumento tan ventilado en el interior, unas ojivas más fantásticas, más ricas y más caprichosas. Aquí tenemos toda la belleza del siglo XIV, que se mezcla, sin disolverla, a toda la fantasía del XV. Quedan aquí y allí algunas bellas vidrieras del XVI. Y a la derecha de lo que fue un gran pórtico, he podido admirar un pequeño ventanal cuyo dibujo se compone de flores y hojas maravillosamente enroscadas formando rosetas. Las puertas poseen mucho carácter. Son unas grandes hojas negras, sembradas de grandes clavos, realzadas por un martillo de hierro dorado. Ya no queda más que uno de estos martillos, de un bello trabajo bizantino. La iglesia está adosada al sur de un vasto claustro de la misma época, que se está restaurando en estos momentos bastante inteligentemente, y que comunicaba antiguamente con el coro por un magnífico pórtico, hoy día tapiado y encalado, cuya ornamentación y estatuas recuerdan por su gran estilo a Amiens, Reims y Chartres. En la iglesia y en el claustro había muchas tumbas que han sido arrancadas. Algunos sarcófagos mutilados están fijos aún a la muralla. Pero están vacíos. Y no sé qué especie de polvo, que resulta odioso, reemplaza a las personas. Las arañas tejen sus telas en las sombras de la mansión de la muerte. Me he parado en una capilla donde no queda de las sepulturas más que el sitio, reconocible por los desconchones de la pared. Sin embargo, la muerte había tomado sus precauciones para guardar su tumba. Esta sepultura le pertenece, como reza aún hoy día una inscripción en mármol negro, sellada en la piedra, "el 22 de abril de 1664". Y habrá que creer a la misma inscripción que cito textualmente: "Le Rebout, notario real, y procurador del cabildo" había dado a "Pierre Baraduc, burgués y hombre de armas del Cháteau-Vieux de esta ciudad, título y posesión de sepultura: Para uso de él y de los suyos ".

Con ocasión del viaje de Victor Hugo al País Vasco transpirenaico, de 27 de julio de 1843, habiendo pasado por San Juan de Luz, una escena rústica le inspiró una bella y sentida página. La revista Vida Vasca de 1944, XXI, p. 32, nos la da a conocer. Lleva por título La carreta vasca. He aquí esta pequeña joya:

"A medida que la carreta se aproximaba con su música silvestre, volvía a ver distintamente aquel encantador pasado y me parecía que entre aquel pasado y el hoy no mediaba tiempo alguno. Era ayer. ¡Oh! ;Qué época tan hermosa! ¡Qué dulces y resplandecientes años! Yo era un niño, yo era un pequeñito, yo era amado. No tenía aún la experiencia, pero tenía a mi madre. Los viajeros que iban conmigo se tapaban los oídos: yo tenía el encanto en el corazón. Jamás un Weber, jamás una sinfonía de Bethoven, jamás una melodía de Mozart lograron hacer sentir a un alma todo cuanto despertaba en mí de angelical y de inefable el discordante chirrido de aquellas dos ruedas mal engrasadas por un sendero mal pavimentado. La carreta se alejó, el ruido fue debilitándose poco a poco y a medida que se alejaba en la montaña, la deslumbradora visión de mi infancia se apagaba en mi imaginación; luego todo fue borrándose y cuando la última nota de aquel canto armonioso para mí solo, se hubo desvanecido en la distancia, me sentí caer bruscamente en la realidad, en el presente, en la vida, en la noche. ¡Bendita sea la pobre boyeriza que tuvo el poder misterioso de hacer brillar mi pensamiento y que, sin saberlo, hizo aquella mágica evocación de mi alma! ¿Dios acompañe a la transeúnte que regocija con inesperada claridad el sombrío espíritu del soñador".

Victor Hugo et le Pays Basque es el título del trabajo publicado por la prolífica Mm. G. Guillaume-Reicher -Gilberte Reicher-, en "Gure Herria" (1935. XV, 46 pp.), que distribuye bajo los siguientes epígrafes: Les reflexions de Hugo sur l'Histoire Ancienne; Les Fueros; La guerra carliste; Victor Hugo et les moeurs basques; Ce qu'a compris Hugo de la religión en Pays Basque. Es un hecho que a Victor Hugo le atraía el misterio de la lengua euskara hasta el punto de influir en su literatura no vasca. Incluye palabras, frases, alocuciones en obras como El hombre que ríe, Nuestra Sra. de París, Los trabajadores del mar, Orientales y La leyenda de los siglos. J. Vinson y H. Gavel estudian esta influencia. Fue enormemente influenciado por aquella lengua que oía hablar a su alrededor en Pasajes de San Juan, Cestona, San Sebastián, Pamplona, Roncesvalles, Bayona, San Juan de Luz, etc. En sus manuscritos se encuentran notas importantes sobre los Fueros. Escribe desde San Sebastián: "¿Estoy realmente en España? Esto es Guipúzcoa, antiguo país de Fueros, éstas son las provincias libres vascongadas". Según Guillaume Reicher: "Hugo presintió la unidad vasca: unidad de raza, de lengua y de costumbres". En Le Jour des Rois de "Legende des Siécles" se encuentran estos versos:

"Olite tend les bras à Tudela qui fuit
Vers la pâle Estrella sur qui le brandon luit
Et Sanguesa fremit, et toutes quatre ensemble
Apellent au secours Pampelune qui tremble."

***

Olite tiende los brazos a Tudela que huye
Hacia la pálida Estella sobre la que el incendio brilla
Y Sangüesa se estremece y las cuatro juntas
Piden auxilio a Pamplona que tiembla."

Sobre las costumbres vascas, comparando a Vicot Hugo con otros viajeros-escritores observa Guillaume-Reicher:

"Hugo es más perspicaz, y nota, a veces, en los vascos una fiera reserva, una indiferencia un poco desdeñosa, siente que esconden un corazón noble, orgulloso y hospitalario". "Hugo no hizo sino alabar la acogida que recibió en casa de Madame Basquetz (en Pasajes), donde fue atendido con cuidado y bondad. A los pocos días es parte de la familia, habla "vasco y español" con las jóvenes, se convierte en su confidente. Participa en la vida de la casa: se le mima, incluso los menús de sus comidas lo prueban suficientemente."

Henry Gavel publica en la RIEV, 1918, IX, pp. 71-74, su "Victor Hugo y el vasco".

"...Victor Hugo, en lugar de dejarse llevar por la fantasía de su imaginación, se limita a describir lo que realmente conoce, compone obras encantadoras, así lo atestigua, por ejemplo, en lo que concierne al País Vasco y España. El recitado de su viaje en Guipúzcoa y Navarra está lleno de deliciosas descripciones y en general de una gran veracidad. El tenor y escritor bidasotarra, Isidoro de Fagoaga, en su obra Los poetas y el País Vasco, dedica 46 pp. a Victor Hugo y sus impresiones de viaje sobre el País Vasco. Comenta sobre todo lo referente a Pamplona. Fagoaga dedica a estos sagaces comentarios catorce páginas. Incluye lo referente a su estancia en Pasajes y datos interesantes sobre la casa de Victor Hugo. El poeta había enviado a su hija un croquis de la casa que habitó en Pasajes, pues era un experto dibujante. En 1902 el poeta Paul Derouléde, proscrito en San Sebastián, restauró los interiores y creó un pequeño museo con muebles y objetos que habían pertenecido o usado Victor Hugo. El 14 de agosto del mismo año se inauguró con la asistencia de autoridades y de los poetas François Coppée y el restaurador. En ella cantó el barítono donostiarra Ignacio Tabuyo, entre otras canciones, la romanza de Ruy Blás sobre texto del propio Victor Hugo. El menú fue el mismo que le servían al poeta durante su estancia en Pasajes. Durante la guerra de 1914 fue dispersado el pequeño museo. Años más tarde la casa fue adquirida por don José de Orueta y su hijo Antonio con el propósito de restaurar el museo, habiéndose recogido algunas de aquellas reliquias que se guardaron en el Ayuntamiento".